El misterio de la vida se ha sustituido por la violencia


Es difícil ver una película de misterio. Ayer, sin embargo, solía ser bastante común disfrutar con esta clase de filmes en todas las carteleras. Podemos recordar aunque sea de oídas, las películas del "hombre invisible", o, ya más recientemente, las de Alfred Hitchcock. 

¿Entonces, qué nos ha pasado ahora? Parece como si hubiera desaparecido la noción de misterio. Aunque nos presenten vidas y naves extraterrestres, no acaban de relacionarse con nosotros. Esa falta de identificación se resuelve siempre con "violencia", aunque se trate de meros dinosaurios. Son caracteres hechizos, sin alma, incapaces de establecer una relación.

Al desaparecer la vida espiritual, cuando dos personas e aproximan, no suelen pensar en formar una familia sino en lograr el climax de una historia en un encuentro sexual, sin continuidad alguna. El afecto no se abre al amor y se queda en satisfacción momentánea. Es como tener la luz del universo entero a la mano, perdurable, y buscar en cambio una sobra efímera, fugaz, a ras de tierra. 

El misterio ronda siempre a la verdad. Sólo quien la busca ve, aun en lo revelado, o precisamente por ello, la pequeñez real de la persona ante la gran aventura por descubrir todavía esa totalidad que, está ahí, pero nos rebasa.

Pero, ¿por qué ocurre así? ¿Por qué el hombre se vuelve violento contra ese mundo circundante? La respuesta es, a la vez, sencilla y compleja. Es sencilla si nos damos cuenta de que el hombre no comprende lo que tiene ante sí; no  hace a lo otro parte de sí mismo. Esto es así porque ese hombre no está atento a los detalles, se le escapan las cosas pequeñas. Al no esclarecer (por falta de atención) lo visto, viene entonces la desesperación, el desaliento.

Ante esto hay que recomenzar después del comienzo. O, como otros señalan: comenzar de nuevo lo que ya estaba acabado. Cuando una persona comienza su existencia en estado embrionario, en el seno de la madre, estamos en el comienzo de una realidad cuya presencia manda noticias claras de haber llegado a ser a quien la cobija, llena de agradecimiento por ser recibida y acogida en el comienzo de la vida, y poder comunicarse con un semejante en el periodo más feliz de su existir de tantas y diversas maneras, que la madre va aprendiendo. Para ir calando en el misterio de la concepción, la madre tiene nueve meses de tiempo; pero ella se irá sorprendiendo por las llamadas de la vida de un ser en su intimidad, sin llegar a comprenderlo. Es sólo un ejemplo entre miles circundándonos cada día. 

La verdad de la vida queda siempre envuelta en el misterio, sin cesar de asombrarnos en cada una de sus manifestaciones, sencillas y claras. Pero cuando el misterio se ignora, irrumpe la violencia con fuerza. Tengo derecho a decidir sobre mi cuerpo, gritan las abortistas, porque han perdido el sentido de la presencia de un nuevo ser, distinto a quien lo recibe, porque la conveniencia ha arruinado el misterio. Ocurre lo mismo en cualquier otro desplante de agresión a un semejante, o ante la destrucción de la naturaleza que nos envuelve.

En fin, el misterio es la prerrogativa del espíritu ante la vida



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