El problema de no tener tiempo

Se ha llegado a aceptar socialmente el decir "no tengo tiempo", casi presumiendo de estar siempre ocupado. Incluso, quienes nada o casi nada hacen, suelen ceñirse de esta frase para navegar socialmente con cierta aceptación. Esta es la silenciosa herencia del totalitarismo: debilitar la noción de ocio, bueno y necesario para el hombre, hasta el punto de atreverse a considerar las juergas y borracheras en los antros durante la noche como "ocio nocturno". ¡Qué desvergüenza!, relacionar el ocio con la cantidad de luz.

Deberíamos, por el contrario, presumir de controlar nuestro tiempo para así podernos dedicar a nuestras cosas, sin estar atrapados en las garras del continuo hacer, del producir.

Es sintomático de este síndrome ver cómo personas "jubiladas", pasados los primeros días, se aburren porque no saben qué hacer. Se les acaba el júbilo. Les ocurre lo mismo a quienes quieren hablar de cultura pero han suprimido el culto de sus vidas. Sería un  sinsentido lo que se diga después porque ya se habría reducido el arte, por ejemplo, incluido en la voz cultura, a una mera actividad, como el  visitar  museos en tiempo de vacaciones. Estas visitas no lo hacen culto a quien las prodiga, pues el hombre culto se hace en su trato con los dioses.

Pero para este trato, se necesitará de tiempo. En el ordenamiento de los tiempos del hombre, justo al principio, se estipula apartar el séptimo día para el descanso, y así, libre de actividades pueda dedicarse al trato con la divinidad. En los regímenes totalitarios todavía no se tiene un día de descanso a la semana; sólo interesa lo productivo. Y en algunos estados democráticos quienes podrían elegir el uso del tiempo, optan, sin necesidad, dedicarlo  a tareas útiles.

Así, la cultura se nos escapa de las manos, cuando observamos al 10% de población, sobre todo en los países llamados "desarrollados", dedicar un tiempo al culto. Quizá este "pequeño resto", como tantas veces ha ocurrido en la historia, nos sacará del atolladero y confusión de prioridades donde el espíritu pueda dar rienda suelta, tranquilamente, a sus necesidades.

El hombre necesita saberse querido. Por ese camino aletea la esperanza. ¿Cuánto tiempo necesita mantenerse una relación para saberlo? El amor no tiene tiempo.



  

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