La moda suele ir en contra de la vida



¿Echarse a la moda?




No es nada nuevo. Las cosas más grandes de la vida, no cambian. En eso vemos la "semejanza" del hombre con su creador. La vida es plenitud. La moda, pasajera. No se puede entonces llenar una vida con cambios continuos.

Cuando el hombre crece, es el mismo hombre el que crece. Sin embargo, mientras hay actos realizados en la libertad, el hombre, al dirigirse hacia el fin se plenifica; hay otros, por el contrario capaces de minar esa naturaleza humana y lo empequeñecen, desvirtuándolo. 

No podemos dejar de lado ese "querer" ser lo llamados a ser. Por un lado, un hombre así destaca por su integridad. Lleva al heroísmo la virtud de la caridad. Ahí está el detalle. Extirpa los brotes, las raicillas del odio en su corazón, aun teniendo sobradas razones para tenerlo. Debe convencerse uno de su contribución al mal de no obrar así; ese mal usado a diario para llenar los informativos del mundo.

Llama poderosamente la atención de los pensamientos de una joven mujer judía, Etty Hillesum, cuya vida acabó, como tantos otros --más de cien mil sólo en las cámaras de gas de Holanda--, condenada por los nazis. Decía en sus escritos: "Tenemos el derecho de sufrir, no el sucumbir ante el sufrimiento". En su lectura del Evangelio, su vida interior se fue transformando hasta albergar "deseos de paz" para todos, sus captores incluidos. De otra manera, la suciedad del mal acabaría anegando el alma. Diríamos que su fe se iba agrandando con el sufrimiento, mayor cuanto más cerca se encontraba de la muerte el 30 de noviembre de 1943. Algo similar experimentó el también judío austriaco Viktor Frankl. Quienes en su cautiverio vieron pasar el día de su esperada liberación según los rumores, se engolfaron en un final suicida. Asimismo, el mismo Frankl comprobó cómo algunos de los prisioneros liberados al fin de la Guerra, agredían y eliminaban a sus guardianes nazis.
Él cayó de rodillas dando gracias por disfrutar de la casi imposible libertad.

En fin, el corazón del hombre se puede envenenar con el mal del mundo. Que tal cosa no ocurra  depende del "querer", a cuyo estado se llega por un sinuoso camino de vencimientos personales. Lo insoportable de la vida, de las circunstancias adversas, no conduce necesariamente al obscuro pozo del "odio".

Desde luego, ese camino de vencimientos no se recorre de la mano de las "modas" de turno. En el caso de Etty (Esther), como a todos pasa en la vida, se necesita de la mano de un amigo, Julius Spier, quien la introdujo en esa lectura del Evangelio donde había esperanza, porque había vislumbrado la caridad.






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