¿Confiar en algo...o en alguien?







El "engaño" consiste en "hacer creer a alguien que algo falso es verdadero". Por tanto, quien engaña sabe de antemano qué es lo verdadero. Es decir, cuanto más fraude, contra más engaño y corrupción  hay en el mundo, se debe entender entonces que, por lo menos los autores, saben acerca de la verdad. 

No podemos alegrarnos de ese propalar de mentiras por cualquier medio, tan abundantes y asequibles hoy a cualquier precio y a cualquier edad. Especialmente, se puede engañar a los niños, carentes de defensas contra las patrañas de los mayores. Pero, es más difícil pretender engañar a un mayor, aunque se trate del caso de Eva: ella se dejó persuadir porque le convenía, según ella, la propuesta diabólica.

El gran Steve Jobs sentía la necesidad de "confiar en algo", pero no tenía claro qué hacer con la vida. Por eso, para realizarse,  miraba hacia "atrás"  con el fin encontrar así la lógica de los pasos dados hasta entonces. Así, la manzana mordida, símbolo de Apple, es precisamente un recuerdo continuo del pasado y la incapacidad perenne de idear un fin, aun cuando se le aproximaba la muerte.

Aquí sale una vez más, en resumen, la tendencia de fiarse únicamente de lo físico, del mundo material, ese "algo" tangible, visible,  por donde caminar especialmente en tiempos de turbulencia. El "algo" puede señalar el camino, pero porque ha sido dispuesto por alguien

La estela de luz dejada en este camino es larga: desde Adán a Abraham; desde Isaac a David y Juan el Bautista; desde Jesús y los apóstoles hasta nuestros días. Todos comparten la luz de la fe  y forman una comunidad de creyentes creando con su vida una "tradición" basada en la verdad. De ella surge la luz del camino, y se camina porque se busca comprender. Es la exigencia del amor, origen y fin de todo.

Por eso la muerte no es el fin de todo y no puede ser tampoco el principio de nada. Sólo el amor es creativo y tiene sentido encontrarse con él al final. La vida entonces es un "respuesta" a ese amor que nos quiso para él desde el principio.

De esta manera, la libertad se refiere al amor "porque quiere". Sin ella el amor carecería de sentido porque la "entrega" estaría predestinada, como es el caso de los animales y de la naturaleza, inferiores al hombre. 

Entonces, en la espontaneidad del hombre se descubre la presencia de un querer de alguien, porque sabía que nos iba a gustar. Por eso, el fin de la vida no está en la "muerte", sino en el amor, que dura para siempre. De ahí que un embrión sea un "ser querido" por el amor y, por tanto. creado para trascender el tiempo, para siempre.

Al pensar así, se crece en la confianza en ese alguien, que nos ha querido primero. El "algo" requiere de "espacio", por su "materialidad", y se contempla en el "tiempo". Entramos en el terreno de la fe, donde el "espíritu" sopla donde quiere, porque no tiene límites. Es parte de la realidad aunque ahora sólo vislumbremos la posibilidad de un futuro sin tiempo.










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