Es cuestión de "principios" (no de consecuencias) la resolución de conflictos en el mundo






6Se habla en muchos de los media  de la ya próxima guerra entre Irán-Irak y los Estados Unidos. Toman como punto de partida las "consecuencias" de la muerte del estratega iraní Soleiman. 

La moral "consecuencialista", defendida hoy por Peter Singer,  ve en las "consecuencias", en su previsión, el camino para enjuiciar la bondad de las acciones. Se deben evitar o no ciertos  actos según el pronóstico de las consecuencias. Matar a un fulano es malo porque podría acarrear una reacción negativa para su autor. 

Creemos, sin embargo, que el verdadero problema radica en la falta de principios, con independencia de las "consecuencias". Matar a alguien siempre es malo. Quitar la vida a un no nacido, por ejemplo, debido a una malformación genética o al querer de la madre, supone apartarse del principio de "no matar" a un semejante. La calidad de la interpretación de una pieza musical no depende de la cantidad de aplausos recibidos ni su duración (aunque bien podría ser un indicador), sino de la fidelidad de los músicos a  la partitura  a la hora de interpretarla con  cada uno de los instrumentos. Por ejemplo, se define el "arte" como "lo que visto, agrada". No como lo que "agrada". Hay que ver la realidad como lo que es, y a partir de ahí se juzga. 

Se debe interpretar cada acción de acuerdo con la ley natural, esa indicación divina de lo bueno escrita en el corazón del hombre. Por eso educar es insistir en  el descubrimiento de estos principios desde el sistema educativo en la familia y en la escuela, privada o pública. 

Es ahí donde se pueden ir "interiorizando" esos principios de los que depende la vida entera. No podemos dar suelta al odio como respuesta a una afrenta grande o pequeña. Tenemos el ejemplo claro  desde el tiempo de Caín. Dejó albergar en su corazón la animadversión, la envidia,  hacia su hermano por cuestiones relativas a las ofrendas a Dios de sus cosechas y sacrificios de animales.

La envidia es una fiera en el interior del corazón del hombre. Lleva al silencio, a la incomunicación con el otro, y guarda en su interior el rencor acumulado debido a las diferencias de aceptación por los demás de nuestros trabajos, de nuestra forma de ser.

Sentirse no querido, menospreciado es realmente un aguijón en el alma. Pero es un "sentimiento"; no lo es todo. Puede incluso tener un fundamento irreal, nacido de una percepción errónea. En el caso de Caín, advertía cómo las ofrendas de su hermano eran  mejor recibidas por Dios. Esto le causaba envidia. Por eso no le dejaba descubrir el porqué de esa diferencia en la aceptación. Quizá, la prontitud en la entrega de los sacrificios de Abel, tratando siempre de ofrecer lo primero y lo mejor de sus ganados era la causa del contento divino. Por el contrario, la falta de generosidad de Caín  en la entrega de sus cosechas a quien todo se lo debía, no le satisfacía, en primer lugar, a él mismo, y, desde luego a Dios (si bien nada necesita de nosotros, la falta de correspondencia al amor que nos tiene, le duele). 

Es decir, todo hierve en el corazón del hombre desde el principio: la mezquindad y la generosidad. Mientras aquélla rezuma envidias y odios, ésta se alegra al ver la complacencia de quien se sirve.

En fin, agredir nunca es la respuesta adecuada a una acción. Por eso, el mismo papa Francisco pidió perdón por su "enérgica" respuesta a una señora por su trato indebido a su persona, en una reunión abierta en la Plaza de San Pedro en Roma. 

¿Cuántas veces? Hasta 70 veces siete.





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