Cuando los matemáticos juegan a ser dioses: cantos de sirena



Estatua de la Pequeña Sirena, en Copenague.




A Enmanuel Kant le gustaba la matemática. Al aplicarla a la filosofía, encontraba un equilibrio perfecto, impensable fuera del juego de la lógica.

Y un buen día, a este pensador alemán, criado en una familia con escasas libertades, se le ocurrió: ¿Qué tal si invertimos el orden actual, ocultamos a Dios, y yo me erijo con mi razón en el referente del universo entero? Dicho y hecho. Enmanuel decide el nuevo orden del bien pensar: la razón ante todo (no la realidad) sería la medida de todas las cosas, y por medio de los juicios sintéticos "a priori"  elaborará el fundamento de la ciencia y el progreso. 

Los juicios así establecidos, sin depender de la experiencia, ya pueden establecer  por medio de la razón el contenido de un "predicado", sin redundar  en las  facetas  marcadas por el "sujeto", y crear  así un universo "libre", capaz de aportar los conceptos para una ciencia basada en lo universal y lo necesario, por medio de las afirmaciones emanadas de la razón. Por fin, Kant ya era como Dios. Realidad sería lo que yo pienso con mi razón. De esta manera, predico del mundo sin el apoyo de las cosas y así configuro el universo entero. Soy por mi cuenta. ¿Qué más se puede pedir?

Es decir, las cosas, sometidas a la débil percepción de los sentidos, no podían servir de asiento firme del saber --pensaba este filósofo. Se necesita de algo anterior, "a priori", independiente de la precariedad de la percepción sensorial y la experiencia.

Pero la vida no cuadra en una ecuación, aun cuando así se empeñen quienes tratan de descifrar la historia y el porvenir del mundo con  un enunciado matemático. La vida no se puede encerrar

Sin embargo, hay una excepción. Lo que no cabe en la tierra se encerró en el seno de María para "salvar" al hombre de sus razonadas sinrazones. No contento con eso, decidió entonces  quedarse en un trozo de pan: la eucaristía. Esto no es producto de la razón. Lo sabemos por revelación de ese ser infinito, encerrado, sin embargo, en unos límites; pero que, desde ese pasar inadvertido, controla todo lo existente. 

Claro, los matemáticos y los científicos, pasan de largo ante esta realidad, pues se les escapa entre los pliegues del razonar, dedicados solamente a un sector muy limitado de ella, a lo contrastable, a lo verificable, a lo medible. Es decir, han renunciado a preguntarse más allá de estos límites, donde también se conjuga el misterio.

Esto significa que la construcción de la sociedad y la transformación del hombre se lograrán mediante la aplicación de  método alguno. El método siempre "uniformiza" el asunto tratado, y, al hacerlo, se constriñen siempre las aspiraciones para responder a las llamadas de  la libertad, pues es el hombre no es un "mecanismo". 

Por eso, los dioses del Olimpo acababan destruyéndose unos a otros: las carencias despertaban la envidia, un anhelo de perfección imposible. Como ayer, el canto de las sirenas, lejos de estimular al hombre a su perfección,  es un método para  impedirle llegar a su fin

La belleza del canto, como ocurre con la belleza formal del cientificismo, encubren las intenciones de configurar el mundo en algo distinto de lo que es: la unidad se convierte en "uniformidad" y la verdad en creatividad "subjetiva". Para lograrlo, nada mejor que desarraigar de la familia la educación de los hijos y ponerlos en manos del Estado, eficiente coordinador para conseguir esta meta. En ese momento, se acabaría el amor porque las sirenas habrían devorado a las criaturas indefensas.

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