Lo máximo en lo mínimo: en un grano de mostaza, lo infinito




El tamaño de un grano de mostaza



Un grano de mostaza. Fe. Confundir en la fe. Salvación eterna.

Como dice la santa de Ávila. los vientos que hoy soplan son recios. Se trata de arrebatar la fe sembrada desde hace siglos. Es la tarea infernal del maligno. Por eso el Señor, al dirigir su mirada al final de los tiempos, se pregunta si encontrará todavía fe a su venida. Este punto entonces es fundamental.

Cuando se pide tener fe al menos como un "grano de mostaza", no se está pidiendo "creer" muchas cosas. Sólo lo esencial: admitir que Jesús es Dios y se hizo hombre para salvarnos. Y precisamente alrededor de esta creencia se está creando la "gran confusión".

Primero, se quiere trastocar esa verdad esencial: Jesús es Dios. ¿Cómo? Nadie duda del personaje de Jesús. No hay problema con su paso por el mundo. Al fin y al cabo, ha habido otros muchos hombres de gran prestigio en la historia, y nadie discutiría su existencia. Asimismo, la figura de Dios cada vez molesta menos, rebajada como está a una deidad cuya entidad no interfiere en la vida del hombre. Se puede vivir como uno quiera contando o no con su existencia. El problema se crea con el verbo existencial ser, cuando decimos que Jesús es Dios. Ahí se caen entonces todos los dioses paganos y aparece la cuestión sobre el sentido de la vida.

El segundo aspecto problemático viene al afirma que Dios se hizo hombre en Jesús, en tiempo de Poncio Pilato. Es decir, no caba recurrir a una narración mítica más, como tantas otras heredadas de la cultura griega. Aquí se habla de un tiempo concreto, el del gobernador romano Pilato, cuya presencia se atestigua por estelas de hace dos mil años, y son muchos los textos, además de los evangelios, que se refieren a la figura de Jesús. Su presencia, entonces no  se puede eludir y debemos dar una respuesta personal, pues su mensaje nos incumbe.

Decimos de la incumbencia del mensaje de Jesús porque vino para salvar al hombre

Entonces, la confusión en la fe de nuestros días, versa sobre estos tres puntos. Esta confusión es provocada con estos mismos argumentos del maligno cuando se atreve a tentar al mismo Jesús en el desierto con esta propuesta condicional: "Si eres Dios", le dice.

Es la tentación de la fe en todo su apogeo. Si no eres Dios, entonces te ofrezco satisfacer todo tu ego en los placeres, en el poder, en la soberbia. Si Dios no existe, el hombre puede aislarse de cualquier temor y ser él mismo lo que quiera ser. Sin rendición de cuentas posterior. Ahora bien, si realmente hubiese Dios, no se podría explicar entonces todas las calamidades del mundo acechando sin cesar incluso a los más inocentes.

Esta es la "confusión" en la fe actualmente. Nada nuevo porque el "tentador" es el mismo de Adán y Eva, y el mismo del desierto. Por eso queda confundido con la "pequeñez", con la presencia de la humildad, incapaz de creerse algo más que nada.

Por eso, María tuvo tiempo para pensar despacio su nuevo estado después de la Anunciación, durante el viaje de 120 kilómetros, de unos cinco días de duración. Pensar, por ejemplo, en esa mirada de Dios dirigida a ella de forma especial, para invitarla a ser la criatura más excelsa de la creación entera. 


María descubre en esa mirada, toda su misión y se lo descubre a su prima Isabel: "Mi alma glorifica al Señor y se goza mi espíritu en Dios mi Salvador, porque ha fijado sus ojos (su mirada) en la humildad de su esclava". 

Esta réplica de María al saludo de Isabel, no tiene pierde. Encierra el acto creador divino en una mirada, por la cual lo máximo --Dios mismo-- puede habitar en el seno de una jovencita. Para producirse esta "encarnación", el acontecimiento mayor de la historia, se precisaba estar "llena de gracia", limpia el alma de la soberbia de los hombres.

Sólo así, se abriría el espacio suficiente para dar cabida a Dios hecho hombre, y se podría encerrar lo "máximo en lo mínimo". Entonces, las palabras de María encierran toda la verdad sobre la vida del hombre: la necesidad de hacerse pequeño para dar cabida a Dios mismo y su plan para cada uno.

El "grano de mostaza" entonces es el "reino de Dios" en la parábola de Jesús. Como afirma Ratzinger, él mismo es el Reino, y cabe en ese grano de mostaza cuando se vacía de sus egoísmos, enseñándonos de esta manera el camino para seguirle en este mundo. Así se alcanza el "señorío": dentro de un grano de mostaza.

Lo infinito sólo cabe en lo "mínimo", en la más pequeña de las semillas. 

Ese  camino interior lo recorrió María mientras viajaba de Nazaret a Ain Karim mediante la "escucha interior".







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