El porqué de la crisis de la vida interior: al relativizar el fin se llega al sinsentido






Quizá en la corta frase del título, se pueden encontrar todas las corrientes del pensamiento resumidas. Por un lado, la llamada vida interior carece hoy de brillo cuando se la compara con todas esas manifestaciones del glamour  necesarias para aparecer en público frente a las cámaras y frente a las miradas de los demás ávidas de espectáculo. Por otro, la unidad se tiende a interpretar como angostamiento, y se pervierte la noción de plenitud y  pluralismo bueno encerrado en este concepto.

La "admiración" cesa al pervertir los fines y ante la presencia de tantos estímulos de fuera para seducir: los ojos (posesiones), la carne (placeres), y la soberbia (poderes). No acaba de verse la verdad de esos tan sólo cuatro días a vivir en la tierra. Tampoco se cala en la posibilidad del bien a realizar en ese breve lapso. Y como del fin nadie habla, la eternidad parece un cuento de hadas, ni siquiera apto para los niños. El "tan alta vida espero" de la gran Teresa Sánchez Cepeda, de Ávila, no se vislumbra tampoco en las ocupaciones y en tantos "ires y venires" del día a día.

Los grandes robos y fraudes de este siglo han comenzado por la supresión y el silencio sobre estas grandes verdades  desde la niñez. Se guarda silencio de dónde se viene; se borra luego con el ruido del trajín diario el para qué estamos aquí; y, finalmente, se acallan las voces sobre el fin especialmente cuando se toca el punto de la partida definitiva, inquietante para muchos, y nunca tema adecuado para reuniones sociales o de amigos.

¿Cómo entonces se puede romper este cerco de silencio inoportuno y de deformaciones de estas verdades fundamentales? ¿Cómo se pueden hacer atractivas estas presentaciones especialmente a los jóvenes de hoy? 

La verdad es atractiva de suyo. Ocurre sin embargo con harta frecuencia que por precaución --o desconocimiento a veces-- no se acaba de llegar al punto central del tema a tratar y se anda, como se suele decir, por las ramas. Entonces, ese "pajarear" con lo esencial, distrae y no deja ver de cerca la maravilla a exponer y se viene abajo la atención y el interés. No faltan quiénes desean halagar a quienes escuchan y, en vez de darles lo necesario, les preguntan por su opinión de lo que nunca han conocido.

La alegría es una consecuencia de haber realizado lo debido; no es un estado placentero logrado en sí mismo. Hoy son muchos lo jóvenes deseosos de "ponerse" alegres después de ingerir alguna substancia. Todavía nos resulta estimulante aquella conversación mantenida entre los dos discípulos de Emaús, después de su encuentro con el Señor. "¿Acaso no se 'alegraba' nuestro corazón al oírle explicar aquellos pasajes de la Escritura?" ---sin duda ya conocidos por ellos. Pero, "escuchar" aquello que conviene en el momento oportuno, produce la alegría. Como la de san Juan Pablo II, contagiosa, girando su bastón en el estadio rodeado de miles de jóvenes llevando el ritmo de sus canciones, después de una jornada agotadora.

El vivir, por último, esa verdad "escuchada", poniendo por obra de una vez, quizá lo ya sabido, dejándose llevar por el amor, cierra el ciclo de esa vida interior y la vida vuelva a cobrar sentido, poniendo quizá fin a ese crisis dejada por el silencio sobre las cosas esenciales. 

Alguien tiene que ir haciendo esta tarea, tan necesaria hoy como hace dos mil años: decir con amor esa verdad de siempre con el ejemplo de la propia vida, y así animar a ese que se cruza por el camino a vivir esta experiencia.


  





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