¿Transformar el mundo sin Dios?









En los discursos y declaraciones de muchos políticos, ávidos de  originalidad y de convencer al mundo de la grandeza de sus ideas, suelen hablar de transformar la realidad.

Por ejemplo, se ha oído esta expresión con frecuencia, por ejemplo,  en el hablar entrecortado de siempre de López Obrador, uno de los candidatos a la presidencia de México. 

La expresión no es nueva, viene de atrás, de la obra de Marx. Tiene mucha miga. Viene a decirnos sobre el descontento de la ciudadanía con el estado actual de cosas. La realidad, no funciona. Esta mal. Luego, transformémosla. Yo les diré cómo, parece decir el consejo marxista. Créanme, todo esta mal, pero yo cambiaré todas las cosas. 

Este mesianismo sigue cautivando las mentes de muchos desposeídos y hartos de promesas incumplidas. Ya no hace falta vivir de fe; el futuro hará posible todas las cosas deseadas. Ya no hace falta una persona a quien se espera, con quien se puede conversar. Sólo se requiere ese "algo" por venir. 

El amor y la compasión son términos usados en el lenguaje del "budismo". El hombre, vienen a decir sus proponentes más conspicuos, debe ir "transformándose" al vaciarse de influencias y apegos de su vida pasada, hasta llegar a construir un hueco, un espacio interior, donde no haya nada absolutamente. Esa especie de nido vacío, proporciona la "felicidad" tan añorada por todos, y se está entonces en condiciones de dar amor a los demás y tener compasión con quienes se cruzan en el camino. Las "adherencias" dejadas por la vida pasada, frenaban con su presencia la quietud requerida para encontrarse mediante la purificación del cuerpo con la sola presencia del espíritu, recibido con más o menos encadenamientos a las cosas y a uno mismo, y lograr ese recogimiento interior libre de personas y de apegamientos. La "libertad", entonces, consiste en ese vacío interior total, donde se camina a la espera de la muerte del cuerpo y la transmigración del alma a otro nuevo ser.

El nihilismo  de esta concepción, ese quedarse a solas es, entonces, un objetivo principal del este camino del "budismo". La iniciación para ese despegue requiere de un tiempo de tres años, tres meses y tres días. No se entiende, entonces, cómo, al quedarse vacío en el interior, la persona se puede transformar. ¿En qué? 

La fe católica, por el contrario, es el encuentro con alguien, con la respuesta a la palabra de una persona capaz de sostener la realidad entera. De lo contrario, se renuncia a pensar para instalarse en ese hueco mental, preludio de la nada. El amor, tan mencionado por todos, amantes y quienes odian, sólo se puede ejercer en la presencia de otro yo, una persona. Entonces se puede dar la entrega, y mediante este abandono activo, se va transformando el amante en lo amado, sin dejar de ser uno mismo. Lo múltiple y lo uno se hacen posibles. Por ejemplo, desde el principio, hombre y mujer distintos, forman en el sacramento del matrimonio, una sola carne. De otra manera, esa transformación se da en otro sacramento: la eucaristía, la gran esperanza.

Cuando san Pablo llega solo a Atenas por primera vez, encara a los oyentes del Areópago con la realidad de la creación, como una avenida para dejar de lado el culto a dioses (en plural) hechos de plata, por mano del hombre. En el pensamiento griego, la superioridad de lo "uno" cedía ante la "multiplicidad" de divinidades. El hombre mismo resultaba como individuo de la división de la "idea" al concretarse en la materia. Quizá, ante esas inconsistencias, hubo quienes abrazaron la predicación de Pablo.

Intelectuales como Dionisio el Areopagita, vieron la superioridad de la persona, no como resultado de una división, sino como algo original, singular e irrepetible. Y el hombre se encuentra a sí mismo, al "fundirse" con su modelo para ser de una vez, "imagen y semejanza" con su creador, quien a su vez es "uno y trino" en el amor.

Esta es la verdadera transformación del hombre y del mundo. Se realiza en el ser, no en los añadidos de lo material, la parte manejable debido a su visibilidad. Quedaría sin tocar la parte invisible de la realidad, problema perenne del materialismo. Este problema se resuelve con el materialismo cristiano, donde el hombre, por medio de su trabajo (razón de ser en el mundo) se convierta en las manos de Dios, al ser capaz de encontrar en todo lo material, ese hálito divino que en todas las cosas se encierra, como afirmaba con fuerza Escrivá de Balaguer en su homilía de su Misa en Pamplona en 1967, y se contribuye a restituir a la creación su grandeza primera (http://opusdei.org/es-es/article/un-materialismo-cristiano/).















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