La herencia del geofisico Stephen Hawking sobre la eternidad









Stephen Hawking, dicen sus deudos, recientemente fallecido, ha dejado un último legado a la ciencia: el universo no es eterno. (Dicho sea de paso, esta postura la habían mantenido también algunos de los filósofos de la antigüedad).

Coincide este punto de visto con el mantenido por la tradición judeo-cristiana, donde se manifiesta incluso cómo fue la creación del mundo bajo el imperio de la palabra. Al decirse la palabra, las cosas significadas por ella, existentes desde siempre en la mente creadora de Dios, se hacían en el tiempo.

No se trata en este relato de reflejar la duración temporal de lo creado, sino la decisión de abrir en el tiempo el espacio para que cupieran todas las cosas, siempre presentes en el amor de quien quiere compartir el ser con "creaturas" hechas a su imagen y semejanza. De manera especial en la vida humana, el hombre lleva el aliento de Dios, desde que lo insufló en su modelado de barro de la tierra.

Es bueno saber de las últimas nociones de este sabio científico al final de sus días, según nos cuentas las noticias venidas de su entorno familiar y académico. Entonces, él coincide ahora con la narración del principio del universo, si bien no sabemos si  Hawking estaba de acuerdo con la narración del final sobre el destino final del hombre. 

Sin duda, este sabio lo sabe ahora, cuando su suerte ya ha sido echada. La eternidad (es sólo un asunto de "orden") de la creación y del hombre no era desde el principio, pero si será a partir de final en el tiempo de la tierra. Tanto Stephen Hawking como todos los fallecidos antes de él, han quedado, diríamos, en "suspenso", según el estado de su alma en el momento de la muerte.

Claro, esto no lo podemos saber mediante la aplicación de los más adelantados y rigurosos cánones del método científico. Lo sabemos por la fe. Pero esta creencia no repugna a la dignidad del hombre, cuando hemos visto a Dios mismo, soplando en sus narices ese aliento divino para infundirle la vida "eterna". Según se haya tratado a ese hombre sobre la tierra, será la recompensa (o el castigo) después de su paso por ella. Esto es lógico. No puede recibir el mismo tratamiento quien trató con delicadeza y cariño a sus semejantes, que quien los denostaba.

Y en el momento final, a la salida del tiempo, se queda "fijada" el alma según  su "estado" en el preciso instante de la muerte. No se puede reducir, como bien sabía Hawking, la moral a la física. Las obras acompañan al hombre incluso cuando se acaba el tiempo, pero no se pueden enmendar precisamente porque ya no queda tiempo para ello. No es cuestión de "física", pero es verdad

La imagen de Dios persigue al hombre, de la misma manera que Jesús es también la imagen de Dios, hombre perfecto. Nuestro parecido con él, es nuestra ancla de salvación: ser hijos en el Hijo. El amor que se entrega para salvar al hombre. Y el amor tenido, vivido, por el hombre, será su forma, su futuro por toda la eternidad. La dignidad apreciada en los demás, vivida en esta vida, le da sentido al vivir, fuera de las ecuaciones matemáticas, y abre la "puerta a la vida". Se da paso a lo eterno al final, no en el principio.

¡Ojalá Stephen Hawking haya descubierto también junto  con su rectificación final en la "física" su futuro al dar con la "puerta de la vida"! 












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