Se dijo: "amar" al prójimo; no "armar" al prójimo







El mundo ha introducido una modificación a la frase de san Agustín, "Ama y haz lo que quieras". Le han añadido una r al "ama": Arma y haz lo que quieras.

Así estamos. Armados hasta los dientes, discutiendo si es bueno o no, mientras los fabricantes de armas de todo calibre y tipo, se sigue forrando con la venta de armamento.

Pero antes, nos han vendido la idea. Un hombre armado puede hacer lo que quiera. No importa si con ello se elimina al hombre y  la vida. 

Por supuesto. No se lograría la paz si se suprimieran todas las armas. Y estamos de acuerdo porque la paz resulta al vivir en la tranquilidad creada por el orden. Es decir, en el "desorden" se hace imposible la paz, esa paz tan querida por todos, pero sin poner los medios para lograrla.

Hemos llegado al extremo de odiar a nuestros semejantes y de amar lo material del negocio de la venta de armas a toda costa. Podríamos, siguiendo esta línea de pensamiento,  llegar a tener todo le dinero del mundo donde ya no quedaran hombres, pues los habrían exterminado con armas a cambio de dinero.

El sustento del hombre en la tierra, se basa en amar al prójimo, no en armar al próximo. No somos seres nacidos de la casualidad (aunque ese haya sido el caso en determinados casos premeditados, o hijos de un descuido), sino del amor, hemos sido queridos por Dios en cooperación con unos padres, pues en última instancia (o en primera), Él es el "Señor y dador de vida" (causa eficiente).

Nos queda un largo trecho para aprender a ser hombres, porque estamos mirando en la dirección equivocada. Si suprimimos el hombre, ya no queda lugar para el amor. Es como encontrarse en la superficie de esos planetas vacíos, solitarios como un páramo, sin nadie en derredor, sin la posibilidad de procrear un semejante. 

Y, sin embargo, nos han vendido la idea (a un precio carísimo, exorbitante) de irse apuntando a ese viaje sideral para aterrizar en la soledad, donde ni siquiera hay ese aire mínimo necesario para respirar. Los más audaces de entre los narradores de aventuras, han ideado lugares apartados para su narrativa como Robinson Crusoe o  El conde de Montecristo, por ejemplo, sin siquiera aproximarse a un castigo tan cruel  como enviar a una persona a otra galaxia, fuera de una comunidad, sin posibilidades de amar.  Pero hoy se siguen vendiendo lugares para ir voluntariamente a ese exilio, de donde quizá no haya posibilidad de regreso.

Hay algo raro en el ambiente educativo de las familias y de las escuelas, y se permite incorporar lo absurdo en el pensamiento del hombre como una opción,  incluso en el pensar científico de nuestro tiempo, facilitando caminos sin retorno a la convivencia con el "otro", con  un semejante a quien se puede querer.

Estamos viviendo el "haz negocio, sin mirar cómo", o, el "fin justifica los medios" de manera absoluta. La prosperidad material a cuenta incluso de "alguien". 

Amar es una decisión diaria, en cada encuentro con el hombre. No hay otra salida.





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