Las fuentes de la alegría. Es una gracia.





Nuestra Madre es, la causa de la verdadera alegría. Ella nos "une" a su hijo, y así nos salva.



La alegría sobrenatural discurre por cauces muy distintos a los modos de alegrarse humanos. Mientras éstos se manifiestan al compás de la satisfacción producida por el ejercicio  de las virtudes humanas, aquélla se encuentra en el regalo  de las virtudes teologales (fe, esperanza y amor).

Veamos el caso de un personaje singular en la historia, Maria de Nazaret. Desde luego, ella  se alegra a instancias del arcángel, con tan sólo  oír el saludo de Gabriel: "Alégrate", le dice justo al inicio de su mensaje. Luego le revela el fundamento de la alegría: porque "el Señor está contigo".

"Con prontitud" se desplaza  María  al pueblo de Ain Karim para ver a su prima Isabel. Al verla, exclama:  "Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador"...."porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava". Al distinguir entre alma y espíritu, María nos descubre que la alegría se enraíza en la parte superior del alma, donde el hombre se abre a la gracia de  Dios y le presta su morada para unirse con él en lo más recóndito.

Aquí hay un dato digno de realce: María, inundada por la gracia, descubre como nadie su pequeñez. Esto es inevitable. Ante la presencia de Dios infinito, inmenso, cualquier comparación con él queda fuera de lugar. Pero ella, al descubrir su pequeñez  no renuncia a ser la mujer que era, a ser  ella misma. Descubre el "humus", la tierra de su constitución y, con ella, la "humildad".

Por eso la clave de la verdadera  alegría nace de la unión con Dios. En el plan de Dios no habrá nunca un plan sin su presencia al lado del hombre. Por tanto, una parte importante de las "crisis" del hombre moderno ocurre al provocar una discontinuidad  entre el hombre y su creador con el fin de lograr un "progreso" científico obtenido mecánicamente, sin contar con el plan divino original.

Las "crisis", tan recurrentes en nuestros días, no son sino la aplicación de soluciones inadecuadas a los problemas del hombre y de la sociedad, en cualquiera de sus vertientes: educativas, políticas, religiosas. No le dan al clavo.

Tan peligroso resulta aplicar por inercia soluciones de "ayer" a problemas actuales, como resistirse a la tradición por traernos ecos de "ayer". Por ejemplo, algo así como  rechazar la estática como una interferencia en los sonidos emitidos en las ondas de radio por ser un eco de la explosión original del universo, el Big-bang, sería necedad supina.

Entonces, la alegría sobrenatural acaece a la persona resulta de aceptar agradecidamente, sin compararse con nadie,  su ser tal como es, como un don (grande o pequeño, qué importa); por el contrario, la alegría humana  se procura mediante "logros" personales, pero,  al comparar  las expectativas y sueños personales  con los de los demás siempre se encuentra un déficit. Como consecuencia, esa carencia detectada produce cualquier cosa excepto alegría.

Por ejemplo, el modo humano de alegrarse se desquicia al oír una crítica, un reparo,  donde esperaba encontrar un elogio. Esa vaciedad de recursos a la hora de afrontar la realidad, el encuentro con los demás, debe decidir si lo acepta como una pista para enmendar el curso de sus acciones o, por el contrario, arremete en su interior o con obras contra quien ha proferido tal desatino.

En fin, en esto consiste  la eterna andadura del hombre, una gran lección.  En el momento donde el soberbio, agobiado por los problemas, le gustaría ser de otra manera,  incluso dejar de ser ese hombre del que se avergüenza,  se puede también abrir otro sendero y, en vez de eludir su "pequeñez", la acepta como donación de un ser superior, de quien es prenda querida.

La fuente de la alegría nace de decidirse a caminar por este estrecho sendero, con la seguridad de sentirse querido y guiado a ese fin feliz, inimaginable, donde se acaban la esperanza y la fe, porque se ha llegado al amor. Y se comprueba que lo máximo cabe en lo mínimo, en la pequeñez, y se alegra de ella.


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