Acercarse al absoluto: ¿peligro de ser "como Dios"?

El absoluto tiene mucho de atractivo y hechiza en cierto modo a toda criatura: desde el ángel caído a nuestros primeros padres, desde los grandes pensadores filósofos a quienes detentan algún tipo de poder.

La pregunta recurrente: ¿qué tal si yo realmente encuentro el camino para encaramarme y dominar, por lo menos, quedando al mismo nivel de ese absoluto? Nos han hecho pensar, sin fundamento, en lograr  cotas muy cercanas al absoluto. Quizá con  perseverancia y un poco de suerte se podría llegar a ese punto.

La ciencia es uno de esas promesas. Con un poco más de investigación, con un poco más de tiempo,  se podrían desterrar la enfermedad (con pócimas químicas y naturales) y la vejez (la fuente de la eterna juventud sigue cautivando a miles). Asimismo, los desastres naturales se podrían esquivar escapándose a "otro lado" en un artefacto intergaláctico (aunque fuere otro planeta). También el dinero ha sido una fuente inspiradora de convertirse uno mismo en absoluto al poderse comprar prácticamente todo.

En fin, con ciencia y posesión se podría asegurar casi todo en la vida. Sin embargo hay un pero. Estos apoyos no tien











en un lugar donde asentarse. Están en el aire. La ciencia no avanza "sistemáticamente". Siempre depende de un genio, capaz de elevarse un tanto por encima de los demás. Los "einstein" no se dan con el querer. Vemos cómo algunas civilizaciones alcanzan momentos de esplendor, y sin saber cómo, decaen hasta el punto de desaparecer.

Sólo el hombre capaz de concebir su fin como el punto a donde dirigir su vida, puede coronar su empresa con éxito y animar a los demás a hacer lo propio. Ese fin es el absoluto. Es Dios. Y el hombre es "capax Dei".

Por eso, los deseos de absoluto no son vanos. Lo serían si el hombre no fuera capaz de Dios. Pero sí lo es. Lo es, no por sus hipótesis astronómicas y puntuales, ni por salvar el escollo de la enfermedad y de la muerte por algún medio natural. Su capacidad de alcanzar el absoluto es un don, un regalo.
¿De quién? De quien lo tiene en propiedad y porque es bueno quiere darlo.

Cuando el don no se entiende así, ocurre, una y otra vez, la defenestración del hombre. Trata de escalar a la cumbre infinita a donde no puede llegar por sí mismo. Fue ésa la suerte del ángel caído, y la de nuestros "primeros padres" animados por su ya defenestrado amigo Lucifer, y los intentos del Leviathan  de erigir al Estado como el remedio de todos los males, y los del "absoluto moral" (un intento de Kant) para juzgarse a sí mismo, o el negar la libertad para evadir la culpa del hombre en cualquiera de sus actos.

Como Ícaro, nadie  puede acercarse al sol, al absoluto, sin derretir sus alas de cera en el intento. Sí, hace falta volar hacia el sol, hacia el fin, pero se precisa tener el nombre escrito en el libro de la vida, una concesión graciosa a quienes han obrado el bien.

Es decir, nuestro Padre Dios nos da las alas, imposibles de alcanzar por nosotros mismos. Él es el gran arquitecto que se nos entrega en la Eucaristía, y hace posible nuestra transformación en Dios. Es el resultado de una locura divina de amor.









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