Sólo para incrédulos: ¿Se puede tener fe sin razón?

No es lo mismo la "razón y fe" advocada por algunos (el periodista Manuel Vicent entre ellos) que la "fe y razón", expuesta por el papa san Juan Pablo II en su Encíclica.

¿Cuál es la diferencia? Por supuesto, el orden de los factores no produce alteración alguna en este caso. Pero sí se da una diferencia esencial, cuando el señor Vicent trata los conceptos al mismo nivel.

Queda claro: el hombre no puede desestimar la razón en aras de la fe. Ésta resultaría  "ininteligible". La fe no es algo irracional: es para el hombre. Se precisa de la razón para procesar el mensaje de fe, una palabra de origen divino, una verdad necesaria para el hombre, dada, pero fuera de su alcance si se quiere acceder a ella a base de razonar.

La  fe trata de verdades de otro nivel, distintas a las de la ciencia, pero no se contrapone con ellas. En última instancia, la fe es la respuesta del hombre a la palabra divina, y para ello requiere de la apertura intelectual y la del corazón: de esta manera  se capta lo revelado. Y la unidad del ser humano alcanza su zénit. Claro, la gracia actual, da ese mínimo necesario para la apertura.

Por ejemplo, la Trinidad (tres personas y un solo Dios), la infalibilidad del Papa en "materia de fe y de costumbres"), la trascendencia del hombre (hay otra vida y un juicio según las obras de cada quien), y entre otras, todas las verdades compiladas en el Credo. Ninguna de estas verdades se lograría con el solo recurso de la razón, pero se precisa razonar para ir calando en este depósito de la fe, transmitido de generación en generación.

Ocurre lo contrario cuando el hombre carece de fe y quiere funcionar a base de pura razón. La razón del hombre nunca alcanzaría  a saber la plenitud de la verdad del hombre, pero podría acercarse a esa verdad a partir de las cosas creadas, como nos lo recuerda san Pablo en su carta a los Romanos: "Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, antes se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron necios" (Rom 1, 20-23).

De esta aseveración toma toda la fuerza su famosa cita, esencial para nosotros: que "todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad"(1 Tim 2, 4). Nuestro "ángel de la guarda", no va guiando en el camino para ir alcanzando esa plenitud. ¡Ah!, incrédulo es quien no quiere creer.

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