El humo de Satanás se ha entrado hasta en la Iglesia.

No podemos dejar al olvido  el eco de las palabras  del papa Pablo VI en la Asamblea de la Naciones Unidas en 1965, citando al presidente Kennedy en su conocido retruécano  pronunciado  cuatro años antes:

«La humanidad deberá poner fin a la guerra, o la guerra será quien ponga fin a la humanidad».

Precisamente ahora, cuando tantos indicadores de exterminio se asoman a la puerta en la forma de graves conflictos internacionales, locales y familiares, no siendo el mayor de ninguna manera el de la guerra, pues cada año se cercena  la vida de más de 50 millones de nonatos en todo el mundo. 

A ese punto, desde otro ángulo,  se refirió también Pablo VI, durante su alocución en las Naciones Unidas:  "..no auspiciar un control artificial de los nacimientos, que sería irracional, con miras a disminuir el número de convidados al banquete de la vida". Para nuestro asombro, ha sido el presidente Trump quien se ha atrevido a ponerle un freno relativo a esta masacre silenciosa de la contracepción.

Poco después,  en su catequesis del año 1972,  Pablo VI pronunciaba su sobrecogedora  frase referida al "humo de Satanás" colándose por las rendijas de la Iglesia. Pero, la "conspiración del silencio" ha ido relegando a un lugar lejano las implicaciones de dicha aseveración.

Ahora nos toca ver la presencia de una mujer judía, francesa de origen marroquí, casada y madre de dos hijos, ocupando la dirección general de la Organización para la Cultura  y la Ciencia de las Naciones Unidas (Unesco) con sede en París, socialista, colaboradora de François Hollande como ministra de Cultura. La "ciencia y la cultura" quedan entonces a nivel mundial en manos de una visión socialista,  con el poder suficiente  para continuar  con los intentos de vencer las resistencias de quienes todavía quieren proteger la vida.

La "mentira y el asesinato" son las marcas de la casa de Satanás. Pues la esencia divina consiste justo en lo contrario: la "verdad y el amor". 

Las primeras planas de los "medios de comunicación" se suelen llenar de muerte y de apreciaciones sin apenas un mínimo de sustento real, decoradas con los escándalos de la lujuria al estilo hollywoodesco de Weinstein. 

La realidad ha dejado de ser la piedra de toque de la verdad. El contraste ahora consiste en adecuar lo dicho a lo pensado, a la ideología en turno,  y, al publicarlo, el autor se envanece de haber hecho justicia porque  puede dar rienda suelta a opiniones sin fundamento, es decir, inspiradas solamente en un particular modo de sentir, en representaciones carentes de significación.

El "afán de novedades" puesto de relieve por san Pablo al referirse al mundo social de la cultura griega, sigue vigente después de dos mil años. Se sigue cultivando porque produce pingües ganancias al ir sembrando la duda y el odio entre las personas, las familias y los pueblos. La semilla del mal, da frutos, cunde. 

Se va creyendo más y más en la "casualidad", a pesar de los avances de las ciencias. Las cosas suceden porque sí. Parecen escasear los autores genuinos capaces de buscar la verdad en  la realidad circundante. La vida se recibe con frecuencia como una sorpresa desagradable y, si produce molestias, se elimina de cuajo: hay muchas maneras.

Por tanto, "el humo de Satanás" se sigue colando en cada una de las rendijas abiertas por la "división" causada por el diablo ("el que desune o calumnia"), en todas las facetas de la vida. El enfrentamiento y la confusión son sólo algunas de las consecuencias de estas rupturas, al punto de pensar en la unidad como una desdicha, tal como acaece en las manifestaciones públicas de Cataluña. 

Enmendar estos entuertos, corregir las faltas, no resulta tarea fácil. Rasgar un paño apenas cuesta, pero el remiendo de lo rasgado se torna con frecuencia en una árduo quehacer. 

Entonces, dejar todos los desastres actuales en manos de la casualidad como si no pasara nada, tiene muy poco de sensatez, de seny, como dicen ahora los catalanes. Hay una causa en tanto desatino, y el "padre de la mentira" tiene grandes títulos para ser el obrador de tanta división, aunque los hombre le hagan gratis el trabajo sucio.

Pero, ¿existe el diablo? André Frossard da en su libro "36 pruebas de su existencia", siguiendo de cerca el surco abierto por C. S. Lewis en sus Cartas del diablo a su sobrino, por no citar las menciones honoríficas de este personaje en lo Sagradas Escrituras. 

Si, además, el trabajo  es le medio ordinario de santificación para la mayoría de la población del mundo, y no se crean los puestos de trabajo necesarios para emplear a este segmento creciente de personas, ¿no resultaría éste un signo fecundo, desafortunadamente, de la presencia diabólica entre nosotros, en  la política y en los gobiernos?






Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando se acerca la muerte, y se piensa en el Purgatorio

La noche de las Perseidas, y san Lorenzo de Azoz

A veces se nos olvida que lo santos vivieron ---y viven--- en la tierra