Se ha conseguido diluir la verdad en la mentira: tecnología vs. ciencia


Albert Einstein (1879-1955).






En primer lugar, para no sacar las cosas de sitio, debemos afirmar la existencia de la verdad y su accesibilidad, sobre todo en estos tiempos. Pero, para ello, hay que trabajar, hay que pensar (si hubiere alguien capaz de enseñarlo).

Es decir, no tiene la verdad quien no quiere. Mientras el intelecto discierne la verdad de las cosas en las diferentes facetas de la vida, la voluntad del hombre decide si la acepta o no.

Proliferan por doquier las expresiones opinables sin fundamento alguno, más allá del pronunciamiento de cualquier adolescente provisto de un IPhone.

Estamos en manos de la tecnología. Se pretende, por medio de ella, deslumbrar a las mentes más capaces del mundo, al ilustrar este año, por ejemplo, los logros de los ganadores de los premios Nobel.

Detector de  ondas gravitacionales merece el  Nobel de Física concedido a Barry Barish, Rainer Weiss y Kip Thorpe (sacudió al mundo este hallazgo, según el secretario general de la Academia de Ciencias Sueca, Göran Hansson). Einstein fue el primero en predecir la existencia de estas señales, pero nadie podía detectarlas. Es decir, el genio de la investigación pura era Einstein,  de  quien siguen alimentándose año con año, los grandes científicos del planeta. Así,  en 2015, se captaron las primeras señales por medio de "interferómetros láser" al detectar una leve onda gravitacional, en este caso, producida por el choque de dos agujeros negros cuya onda expansiva ha viajado 1.300 millones de años por el universo. Es decir, tecnología de punta, pero "predicha" por Einstein, de quien dicen su falta de visión en los futuros logros de la tecnología.

Algo similar ha ocurrido con el premio Nobel de Química otorgado a Jacques Dubochet, Joachim Frank y Richard Henderson. Por medio de la "criomicroscopía electrónica" se ha podido congelar biomoléculas en movimiento y hacerles una foto con resolución atómica. Esta tecnología avanzada permite observar con precisión la estructura de las moléculas y por ella se sabe la función desempeñada (por ejemplo, hay proteínas capaces de provocar resistencias a quimioterapias o antibióticos, etcétera.  Ahora se  podrían vencer la batalla contra algunas de las enfermedades incurables hasta hoy).

Incluso el premio Nobel de Medicina se entrelaza este año con los anteriores por medio de los "mecanismos por los que la luz se captura la luz durante la fotosíntesis" (reloj circadiano). Otro despliegue tecnológico.

Por supuesto, nada de todos estos logros está mal; al contrario, cada uno de ellos representa una proeza de la investigación aplicada.  Lo que se echa de menos en todos estos avances, es el relativo poco interés por la investigación pura. A no ser que hayamos llegado ya a las altas cumbres nevadas de la verdad del hombre, de su origen y de su fin como guías seguras para su comportamiento en la vida, donde la concordia permita interesarse por el otro, para así recorrer juntos los caminos de la tierra en ese escaso tiempo asignado a cada uno a la consecución de su empresa, cada quien la suya.

La búsqueda de la verdad no se puede colocar detrás de la carreta. De lo contrario, se va diluyendo en sentido de las verdades fundamentales, y se deja en manos de la tecnología, la guía de nuestras acciones, como si de un algoritmo se tratara.

No deben extrañarnos, por tanto, las declaraciones de tantos escritores, filósofos, profesionales de los media, donde se juega, así, se juega, intercambiándolas, las ideas de verdad y mentira, para quedarse con el relativismo de las estrofas de Ramón de Campoamor (1817-1901): «En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira".

Las "cosas no son lo que parecen", "todo depende", y un largo etcétera de aseveraciones "relativistas", lugar común a donde  se ha llegado por la desgana en la "búsqueda de la verdad" en favor de las cosechas más rápidas producidas por la tecnología. Enseñar a pensar o enseñar a hacer.





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