Obituarios sin familia, y lágrimas de cocodrilo.

Cuando en los media  se asoman las vidas de los grandes y pequeños personajes de nuestro tiempo, se puede encontrar de todo, excepto su vida de familia.

Incluso en los obituarios, donde se prodigan los elogios a quienes ya se han ido y "se les va a echar mucho de menos", "pero el desaparecido permanecerá para siempre en nuestra memoria", no se suele dedicar una sola línea siquiera a su núcleo familiar.

Al ir leyendo el recuerdo dedicado a los ya idos, la curiosidad, por lo menos, quiere saber acerca de sus padres, de su esposa si la tuvo, de los hijos... Pero no. Esas cosas son detalles sin importancia. Se asemejan los obituarios contados así a las series de norteamericanas donde la mayoría de los personajes discurren por la vida sin una mención a su vida de familia. 

Quizá esta manera de acotar la vida, permite dar paso a esas chispas de galanteo interminable con más facilidad, sin lugar para el compromiso. La familia como unidad de interacción con sentido porque nace y se mantiene sólo con el amor, se va extinguiendo como un fuego sin leños para alimentarlo.

Las fiestas recién celebradas en Zaragoza a la Virgen del Pilar, son, en el fondo, una historia de  amor, atrayente, cada vez con más fuerza, aun cuando el relato original se remonta a dos mil años atrás. María, todavía en vida, visita al discípulo Santiago en la península Ibérica justo en el momento más difícil de su estancia. El "amigo" tan cercano a su hijo, junto a su hermano Juan, los "hijos del trueno", así llamados por su carácter fogoso, listos para explotar en cualquier momento, necesita de ayuda. Y la madre de Jesús, sabe bien del alcance de sus peticiones delante de su hijo. Y consigue, nada menos, realizar una visita en "carne mortal" a quien tantas vecesa había tratado durante sus correrías por las tierras de Palestina,

Es el amor. Mueve montañas. Por eso se echan de menos las referencias afectivas serias de esos personajes retratados en los obituarios. De paso, parecen decirnos los relatores, siempre generosos en sus apreciaciones de la vida del difunto, ese olvido a las relaciones de amor habidas en la familia. 

De hecho, es esa dimensión amorosa, más, mucho más fuerte a cualquier otro logro destacado en lo profesional, lo que proporciona el relieve de una vida, para no parecer una existencia verdaderamente plana.

Desde luego: todos sabemos la lucha encarnizada desde tantos frentes en contra de la familia; pero , por lo menos, a la hora de la muerte se debería resaltar (claro está, si lo hubo) esa dimensión capaz de dar sentido a la vida, precisamente, después de la muerte.

Por tanto, las lágrimas vertidas, cuando falta el amor, son de cocodrilo.






Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando se acerca la muerte, y se piensa en el Purgatorio

La noche de las Perseidas, y san Lorenzo de Azoz

A veces se nos olvida que lo santos vivieron ---y viven--- en la tierra