La crisis de España (y la de la familia) está en el concepto de "autoridad".

Hoy se ha llegado a aceptar en el caso de las democracias, su estatus flexible siempre abierto al cuestionamiento de todo y por todos.

Este es el punto clave en las posturas de las facciones empeñadas en salirse con la "suya", basados en la idea de una revisión constante de las leyes, en vez de afinar en cuestiones de principio y de bien común. Trataremos de explicarnos.

La existencia de un Estado sólo es posible si las leyes siguen valiendo como "obligatorias". Esta afirmación no excluye en absoluto la posibilidad de revisar las leyes o cualquier otra norma aprobada. Hay formas de hacerlo.

El concepto de autoridad se entiende menos que nunca. El poder se ha engullido la posibilidad de diálogo.

En principio, la autoridad se acepta porque es bueno para quien a ella se somete. La libertad se invoca junto a este principio porque como tal está orientada a la consecución de la verdad y el bien. Entonces, la autoridad y la libertad cabalgan juntas: se acepta el cumplimiento de esta norma porque quien la dicta vela por el bien de una persona o de la comunidad. 

En el caso del cuestionamiento presentado por los dubia, un reclamo en público al Papa debido a una interpretación de un documento pontificio, estudiado, discutido y aprobado por un Consejo, y, después, hecho suyo por el pontífice constituido legalmente, queda fuera de lugar. No se trata de pronunciamiento caprichoso, de conveniencia, como quizá fue el de Pedro, merecedor del reproche de Pablo por disimular el contacto con los gentiles, contrario al mandato de Jesucristo de "Id y predicar a todas las gentes", pues podía confundir a los oyentes de la universalidad de mandato divino. No, este no es el caso con los dubia presentado por cuatro cardenles al Papa.

Asimismo, una facción del Estado ponerse al mismo nivel de quien ostenta el poder constituido del pueblo español, para invocar un derecho fuera de todo derecho marcado por la Constitución, queda fuera de lugar. No se trata la autoridad imponer, sino de aceptar lo dicho por quien ostenta el deber de defender el estado de derecho. Si alguien o está de acuerdo, como persona, puede marcharse, en vez de azuzar a la ciudadanía a separarse de una comunidad sin escuchar a lo aprobado por esa comunidad.

Los hijos hoy, se ponen al tú por tú con los padres. Y lo peor del caso, los padres acaban obedeciendo a los hijos para ahorrarse disgustos. Aquí, el seno del hogar, es donde  comienza el descalabro social porque se "desordena" la parte esencial, primigenia, del conjunto. Si ese orden se rompe a ese nivel, resulta difícil encontrar ese orden pretendido en otro nivel de la sociedad. 

Sí, la falta de autoridad, corrompe la sociedad entera. No se trata de una cuestión de poder en absoluto. El poder se impone; la autoridad se acepta. Uno no se equivoca obedeciendo a la autoridad competente. Y los padres, lo son. También el jefe del Estado y el Papa, cada uno dentro de sus respectivos dominios.









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