¿Por qué seguir hablando de libertad?

Es el asset más formidable del hombre: la libertad. Esencial para cumplir sus fines. Necesario para vivir la solidaridad entre las personas y los pueblos. Y, sobre todo, la libertad es el cauce por donde discurre la acción humana que va en búsqueda de la verdad y el bien.

Por tanto,  para ser libres, se necesita optar por el conocimiento verdadero. Y esto se consigue mediante la educación. Sin embargo, cuando el sistema educativo no se corresponde con las necesidades del mundo actual, entonces, los recursos empleados en este proceso saltan por aire hechos añicos, y el tiempo y dinero de los educandos y de sus familias, se malogra.


Dicho de otra manera, lo peor del caso resulta cuando lo aprendido no se corresponde con el mundo real. Un joven, después de diez, quince o más años, gastados en un proceso cuyo final le hace sentir  que sus logros no sirven para nada, o para muy poco. Lo sentimos, le dicen, no cuadran sus conocimientos con nuestras necesidades.

Desde el siglo XVIII,  la libertad está en boca de todos. Las gentes, sus líderes, no dejan de hablar de ella; también hoy sale al camino de todas las columnas de tantas publicaciones y en la discusión de cualquier charla informal. Incluso, a temprana edad, los hijos se encaran con los padres por este motivo: --Tengo derecho a...", reclaman, como si el demandar, fuera el epítome de la libertad buscada.

Pero la libertad es una consecuencia, un resultado. No se conquista sin más, sino en el arduo proceso de invertir en al hallazgo de la verdad. Así, poco a poco, al esclarecerse fin pretendido y la perseverancia en el camino  se va haciendo el caminante más libre.

Ocurre, sin embargo, que la realidad la vamos conociendo mediante un signo: la palabra, que se dice entre los hombres  con el más unívoco de los signos. Y esta palabra, está hoy, como en el mercado de las cosas, compitiendo por su lugar con las imágenes. 

Estamos presenciando una desigual batalla. Las imágenes en contra de la palabra. Vuelve a ocurrir como en tiempos de la cortesana Frine, en la griega clásica. Acusada de impiedad, como Sócrates, las palabras del juicio no dejaban lugar a dudas: ella se había comparado con una de las diosas griegas y merecía la muerte.  Condenada, entonces,  por el tribunal popular, cuenta la historia,   se le sugirió o decidió de motu proprio desnudarse delante de sus jueces. Produjo entonces tal deslumbramiento la belleza de Frine, que se le absolvió de su condena.

Esta historia, desde entonces, se ha repetido n veces en tantos y tantos escenarios. Las imágenes ocupan hoy buena parte de los procesos de enseñanza a los jóvenes y en las empresas. Nadie se libra de esta presencia ineludible,  ni nadie que se precie  sube a un estrado sin llenar una pantalla con imágenes digitales.

El resultado es que nadie se entiende con nadie, nadie parece saber la verdad y enseñarla cara a cara. Cunde el malestar creciente y no se sabe como atajarlo en los países y en el mundo de las relaciones personales e internacionales.  Quizá el orden o el desorden creciente, según se mire, va desde lo más íntimo de la vida de  familia hasta los extremos de la sociedad, en círculos concéntricos cada vez más amplios. Pero al querer tomar una de estas ondulaciones se desbarata la figura, como ocurre con las ondas formadas en el agua. Nada se sostiene.

Y es que, cuando no se conoce la realidad presentada,  todo da lo mismo, y se puede cambiar una cosa por otra. La palabra dada, no sirve. ---"Te dije entonces, pero te digo ahora que no quiero seguir con este compromiso". Y empieza el camino tortuoso, ineficiente y caro de las demandas y enmiendas a lo prometido. Los juicios se hacen eternos y la verdad no aparece por ninguna arte.

La imagen ha ganado la partida a la palabra. Uno se compromete cuando la realidad es, sin vaivenes caprichosos. La palabra interior, entonces, surge de ese conocimiento de la cosa, y se deposita como una joya, inalterable, en el corazón del hombre, de donde nace la palabra exterior, dicha al otro, la que no se la lleva el viento.

Por eso tiene mucha miga, el título de la obra poética de Octavio Paz: Libertad bajo palabra. Si entendemos que es la verdad de la palabra la que nos hace libres.




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