¿Derecho a odiar?

Cuando se leen a personajes de la talla de Flemming Rose, danés, miembro honorable del Cato Institute,  sobre sus tesis acerca del hombre y su psicología,  de Europa, del papel desempeñado por Naciones Unidas en el vaivén de conflictos sin fin que lacran nuestra historia reciente, se respira certeza en cada una de sus propuestas, siempre al grano y con elegancia.

Por ejemplo, nos dice, el mal del mundo pasa, sin duda, por el odio,  pues "forma parte de la condición humana, nos guste o no", concebido como un "sentimiento de aversión que todo ser humano ha experimentado alguna vez". Sin duda, nos alivia advertir que esos "sentimientos" de  rechazo nos alcanzan a todos (universalidad) alguna vez (frecuencia). Remontarse a Caín para denunciar ese hecho, nos deja la duda de si sus padres o su hermano Abel tuvieron tales brotes de odio.  

No obstante, este estudioso de la actualidad, no nos dice "por qué" se suscita ese "sentimiento de odio", si bien critica la postura de la Unión Europea por su intento de frenarlo por medio de "leyes". Parece lógico: si el odio es la causa del mal, prohibámoslo legalmente. 

Si bien ese remedio puede ayudar, no es la solución. Es condición necesaria, pero no suficiente. Por lo tanto, la garantía no está en la ley. Si aceptamos la "diversidad" (lo que eso quiera decir este adjetivo sustantivado), entonces, debemos aceptar el "derecho a decirle a la gente lo que no le gusta", aunque suponga una falta de respeto.

Vistas las cosas de este modo, se da la circunstancia que este gran defensor de la libertad individual, por encima de cualquier otra demanda, al defender la "diversidad" se defiende la libertad de abortar, como el Instituto Cato deja entrever en su ideario. Es decir, si la libertad para serlo, debe ser de alguien

Es decir, primero es la persona, luego se da libertad a ese alguien que ya es. Pero si se permite quitar la vida a la persona, ¿a quién le otorgaremos la libertad?

El amor por el prójimo es un principio del cual se debe partir para alcanzar la paz deseada por muchos. La diversidad, sin embargo, no es un principio desde donde se pueda derivar el orden, sin jerarquía alguna, necesaria para alcanzar la paz.

Primero, viene la persona, desde la concepción. Luego, la libertad tiene donde anidar. Ah!, y siempre, el respeto a quienes son imagen y semejanza de Dios.






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