¿De qué murió el escritor Stefan Zweig?



Imagen trágica de Stefan Zweig y Charlotte Altmann en su lecho de Petrópolis, Brasil, lugar donde eligieron suicidarse, ella, unas horas después de él en 1942,  culminando así un periplo sin rumbo fijo iniciado en Salzburgo, Austria, diez años antes.




Zweig, siempre digno, muere con corbata en un país tropical en febrero, lejos de las nieves de su tierra.

Al leer los ensayos de este escritor austriaco, se tiene la tentación de querer descubrir si los hilos de su trágico final, un suicidio junto a su compañera Charlotte E. Altmann, en tierras de Brasil, tan distantes de su tierra natal, tienen algún comienzo y desarrollo, detectable, en los miles de páginas publicadas durante su vida sexagenaria.

Desde luego, Zweig había pensado en la muerte muchas veces, pero, poco a poco, iba dibujando la suya como un boceto al principio, y como una imagen realista de colores grises, después de 1934, fecha donde decide exiliarse en algún país, sin determinarlo todavía.

Quería una vida inviable para él. Encuentra después de mucho ir y venir, su "paraíso" en la tierra brasileña, en Petrópolis, a unos kilómetros de Río de Janeiro, con vientos frescos que apaciguan el calor de la costa.

Había pasado por Londres, Bath, Nueva York y Nueva Jersey, antes de sentarse en Brasil. Pero, antes, ya se había despedido de su máquina de escribir, su compañera inseparable, como un preludio del desenlace a ocurrir en 1942.

Su acompañante, Lotte, como la llamaba familiarmente, había ocasionado la ruptura de su matrimonio previo con Friederike Maria von Winternitz. Une su destino al de Stefan, y decide, una horas después, ingerir la misma pócima que él, ya muerto, para acurrucarse junto a su amante y dejar en su rostro el último aliento, tal como muestran las fotografías obtenidas después de este suicidio.

Los héroes de sus biografías suelen arrastrar las deshonra en los días finales de su vida. Recogemos aquí, una cita de uno de sus cortos relatos, donde parece imaginar, ya en 1922, el epitafio para su sepultura: "Y cuando llegó el fin de sus días y el cadáver de Virata en el hoyo de la basura de los siervos, nadie del pueblo se acordaba del hombre al que en otra época al que el país había enaltecido con los cuatro nombres de la virtud. Se escondieron sus hijos y ningún sacerdote entonó la oración de los muertos a su cuerpo sin vida" (Los ojos del hermano eterno).

Stefan Zweig nunca tuvo hijos ni tampoco fe, aunque tejía la vida en las novelas y ensayos con los hijos de los demás y con sus creencias.

Ahora, en febrero, se cumplen los 75 años de su muerte, elegida por él como si fuera un personaje más, en el momento que quiso y como él quiso. De todas las vidas estudiadas en su exitosa carrera de escritor, quizá ninguno de sus personajes murió como él. Y es que quiso Zweig ser único, también en su gesto último, en medio de la depresión.


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