Trump y el nuevo orden mundial. ¿Fin de los tiempos?


Yo soy un buen cristiano, dice Trump. Soy multimillonario, construyo rascacielos, poseo campos fértiles de generosos viñedos en la costa Este de Estados Unidos, creo empleo y muchos viene gracias a mí, todo lo que emprendo me va bien, y si alguien se atraviesa en mi camino ya no lo hará una segunda vez. Así habla este magnate, sin cortapisas de ningún tipo.

En la descripción de sí mismo, Donald Trump, casado por tercera vez con una mujer procedente de los antiguos territorios de la Unión Soviética, parece en realidad la antítesis del hombre cristiano, de un hombre que caminara tras los pasos de Cristo, manso y humilde de corazón.

En sus apariciones en público Trump critica la falta de determinación en Estados Unidos para volver a ser un país poderoso, poner a China en su sitio y progresar sin límite alguno, imprimiendo así un auge sin parangón en la historia reciente de su país. Tener poder es ejercerlo. Que los demás sientan la diferencia entre pretender y ser.

Sólo él sabe, sólo él todo lo puede; el resto del mundo más que colaboradores potenciales suyos parecen lacayos esperando recibir sus órdenes para crear un nuevo orden.

Trump se confiesa en público indecorosamente y, a la vez, se absuelve. Es dios.

Cuando uno se asoma sin querer a la segunda carta de san Pablo a los tesalonicenses, vemos cómo trata de aquietar los ánimos de aquellos primeros cristianos, pendientes como estaban de la inminente venida del Señor,  su segunda venida. Pablo les recuerda las charlas mantenidas con ellos durante su estancia, y les advierte que, antes de ese final, deben reparar que "el misterio de la impiedad ya está actuando", presto para seducir con la mentira a quienes no han querido aceptar el amor a la verdad, con todo tipo de "milagros, signos, prodigios engañosos,...que seducirán a todos los que se han de condenar".

Por supuesto, nadie sabe nada acerca de esos últimos tiempos, en donde aparecerá la apostasía, causada por un personaje impío por excelencia y listo para proclamar que él mismo es Dios.

En fin, esto es un panegírico, dado el cariz de los acontecimientos actuales en Estados Unidos, un país donde hace tiempo que ya no hay noticias. Sólo Trump. 

Habrá que esperar hasta noviembre, mes de elecciones, para saber en qué acaba todo este fenómeno político, capaz de ilusionar y deprimir simultáneamente con sus llamadas a ese nuevo orden mundial. Esto no quiere decir que la Hillary sea una pera en dulce.










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