Los premios Nobel, ¿hombres de ciencia?





William Daniel Phillips (1948-), premio Nobel de Física, 1997, cree que la Física le ayuda a creer más en Dios. Algunas cosas sobre la ciencia te dan la imposibilidad de descartar la intervención divina, dice este científico.




El el diagrama de la parte inferior podemos ver el porcentaje de asistencia a los servicios religiosos (una vez al mes) comparando los científicos con la población general.






¿Estamos haciendo lo correcto? Que realmente sea un medio para la felicidad.

Conviene sin embargo no precipitarse en la respuesta y reflexionar cada día antes de conciliar el sueño si nuestros logros en ese camino hacia la felicidad al que todo hombre está llamado están en orden.

Para poder contestar a esta pregunta se necesita saber qué es lo correcto. La ignorancia sobre este punto, puede desembocar en algo fatal, especialmente si esa ignorancia es culpable, es decir, si no se sabe lo que un hombre debe saber para alcanzar su fin. Otro tipo de ignorancia viene marcada con el sello de la presunción, esa autosuficiencia que impide aprender porque no  escucha a quien pueda tener la verdad.

Por consiguiente, es concebible una naturaleza humana que descuide ser persona. Reconocer el cuerpo-animado, la dimensión corporal y la espiritual, lo hace susceptible de su dependencia de las leyes de la naturaleza; pero el ser persona elude esta sujeción y destaca la posibilidad de ser libre, sin cortapisas. Y en esta concepción triple se completa su esencia

Un hombre de ciencia es aquel cuyo saber resulta suficiente para responder las preguntas impostergables de la vida, cada quien desde su ángulo de estudio. No significa que agote el tema a investigar, pero acierta a dar respuestas inteligibles y verdaderas sobre los temas del hombre. 

Estaremos de acuerdo en conceder el respeto ganado por los grandes del saber, antes y después de los premio Nobel. Sin embargo, estas grandes cabezas no siempre gozan del llamado "don de ciencia".

¡Que alegría da descubrir en medio del mundo a personas sencillas, capaces de dar visiones verdaderamente acertadas sobre temas intrincados,  difíciles de resolver, incluso a los estudiosos y expertos en la materia! No se trata del conocimiento "cierto y evidente" obtenido a base de raciocinios tendientes a esclarecer las causas de un fenómeno. Ni siquiera la filosofía y la teología podrían dar una respuesta segura acerca del problema planteado.

Sin embargo, personajes sin contar siquiera con los estudios básicos, merecen poseer el título de doctores en la Iglesia. Su ciencia se considera como un hábito sobrenatural infundido por Dios a través de la "gracia santificante", debido a la acción del Espíritu Santo, juzga con rectitud de las cosas creadas de cara al fin último sobrenatural, nos diría más o menos el gran maestro dominico Royo Marín.

Desde los primeros Doce hasta la joven Teresa de Lisieux, doctora de la Iglesia, entendían intuitivamente algunos de los grandes verdades de la religión. De alguna manera, se comienzan a ver las cosas como Dios mismo las ve. Al descubrir que todo lo creado, cada cosa, tiene un fin específico, sin cabida alguna para la casualidad, se recobra el sentido de la vida, algo vetado si solamente se recurre a los descubrimientos de la ciencia natural.

El azar sólo existe para una ciencia racional en proceso que no acierta a explicarse buena parte de los fenómenos. Por ejemplo, en Física, se denomina "materia oscura" y lo que, aun a sabiendas de que algo existe ahí, no se acierta a vislumbrar qué es.

"Oh, hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas", dice Jesús a los dos discípulos camino de Emaús, abatidos por los acontecimientos recientes. No lo reconocieron. La inteligencia, que se mueve en el patrimonio espiritual de la voluntad nativa, no puede creer porque no ve lo que para ella era racional. Por eso, cuando la inteligencia entra en contacto con la voluntas ut ratio para enseñarle el camino a recorrer, se encuentra imposibilitada de conectarse con ella, absorta como está  en sus propios pensamientos ajenos a la realidad.

La incapacidad de ver y, después, imprimir esa visión en el querer para  no andar a ciegas, no  cala, pues nada tenía la inteligencia para comunicar a la voluntad que se abre a la razón, para elegir el camino  a seguir. Así, la frase de Jesús no hace sino resaltar el estado personal de esos dos discípulos: desprovistos de inteligencia, abotargada como estaba, no puede insertarse en el corazón y, así, creer lo vaticinado por las Escrituras.

Las cosas no habían sucedido como ellos habían pensado. Se derrumban. Al no ver claro, abandonan el lugar sin esperanza, a pesar de las noticias en contrario proporcionadas por las mujeres, y regresan a su aldea. Critican a la realidad por no darles lo que ellos piden.

Estos hombres caminan sin ciencia. Se dejan llevar  por los sentimientos, incapaces de hilar la historia admitida por las Escrituras, referida a los acontecimientos que todos ya conocían en Jerusalén. Era lo del sufrimiento de Jesús lo que no entraba en su esquema mental. Pero esta ciencia de la verdad sobrenatural es necesaria para caminar hacia el fin de cada quien.

Sin embargo, este poder de discernir, más allá de los cabildeos de la razón natural, no se puede conseguir con  esfuerzos personales: se precisa, como recuerda san Lucas, que el hombre, los premios Nobel también, sean revestidos del poder de lo alto.

La jactancia, prepotencia a veces, de personajes destacados de la Literatura y de las Ciencias, asombran a veces con pronunciamientos de "niñato" sobre temas que desconocen porque así les parece bien.

En las recientes declaraciones de  dos premios Nobel de Literatura, el turco Orhan Pamuk y Mario Vargas Llosa, peruano, con motivo de su llegada a octogenario, éste mantiene que en "toda novela llamea una protesta contra la realidad...insuficiente para lo que uno le pide a la vida". Mientras Pamuk se sincera al decirnos que para él "la razón de la vida no es la felicidad", y  "lo más profundo es buscar un sentido, un algo perdido, una búsqueda de una verdad escondida".



Vargas Llosa durante la 
lectura de su discurso en
la recepción de premio 
Nobel de Literatura, 2010.







Vistas así las cosas,  Vargas Llosa sigue demandando a la vida, porque no le da lo suficiente que él pide. La realidad para el peruano no es para conocer, ni siquiera en lo humano, sino para encumbrarse en el poder. El turco  sin embargo, va tras la verdad que toda realidad esconde. 

Hay mucha más ciencia en éste que en aquél, aun siendo ambos premio Nobel. Pamuk busca lo correcto y así se va haciendo libre; busca un bien sin el que la felicidad no es posible. Vargas, cree que lo correcto es él y se convierte en juez, crítico de la realidad.









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