Pedofilia en la Iglesia: "Spotlight". ¿Dicen la verdad los "media"?








Si nuestro estado de bienestar depende de la aplicación de los avances de las tecnologías diversas desarrolladas en Silicon Valley a las diferentes actividades de la sociedad, por ejemplo, el caso de la información, entonces tenía razón santa Teresa al decir que la vida era "una mala noche en una mala posada".

Lo que jamás la tecnología enuncia, enfocada como está al bienestar, según se dice, es que el verdadero mal consiste en la mentira, o en eludir la verdad. Sin embargo, hoy se ha puesto más trágicamente de moda la opinión de que nada es verdad  o mentira: todo depende del cristal con que se mira. Máxime se puede investigar para saber los hechos y así constatar el estado de las cosas, en vez de verter opiniones en las redes sociales, hoy al alcance de todo el mundo. Pero, ¿se le puede llamar saber a este acopio de información?

Así las cosas, el nuevo film Spotlight  (En primera plana, en español) narra la tragedia de casos abominables, protegidos en la diócesis de Boston, gracias al trabajo de  la redacción del  Boston Globe. Una escalada de  peripecias para documentar   hechos de abusos a menores, ocultados cuidadosamente por quienes en ella hacían cabeza. Un éxito de taquilla creciente, debido al tema y a las instituciones exhibidas.

Algunos esperaban que el Vaticano iba a reaccionar negativamente ante  este film, ganador del Óscar a la mejor película de este año, pues deja  mal parados a quienes, personajes conspicuos pertenecientes a la Iglesia católica, habían sobreseído el asunto para que no se hiciera un escándalo mayor debido a una conducta gravísima, que no se aprueba ni en la Iglesia ni en la sociedad.

La gravedad de estas conductas perpetradas por algunos representantes de la Iglesia, si bien se refiere  a una mínima proporción de sus sacerdotes, aunque se compare con otros segmentos de la sociedad y de las religiones, no por ello puede caer en saco roto, como siempre ha defendido, por ejemplo, el cardenal Ratzinger, desde que era Prefecto de la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe. Este tipo de delitos empaña a toda la Iglesia.

Sin embargo, estos hechos, aborrecibles como son, al quedarse sólo en  hechos, deja sin tocar siquiera la sustancia del problema. El periódico del Vaticano, L'Osservatore Romano, lejos de arremeter contra esta película sobre las vicisitudes vividas por los profesionales del diario Boston Globe para destapar los hechos, considera que tales conductas no tienen excusa alguna, y los media tienen todo el derecho del mundo a tratar estos temas, por muy dolorosos que sean.

La pregunta, sin embargo, es: ¿cómo se ha llegado hasta aquí? Los hechos, hechos son, pero falta dar cuenta de esa inesperada saga de abusos.

Una manera de aceptar conductas insospechadas, tanto en la vida personal como en la empresa y la sociedad,  comienza por diluir la diferencia entre bien y mal

Nos vienen a sugerir quienes así piensan que esa diferencia es sólo una cuestión de matices. Que no hay mal en sí mismo. Por consiguiente, nadie debería alarmarse si en el centro de un tratado de teología moral se empezara a estudiar y a aceptar  la pedofilia por ejemplo,   como una conducta positiva, según los casos.

Desde la mitad del siglo pasado se comenzó a insinuar esta posibilidad en algunas cátedras de Teología en Alemania y  alcanzó su apogeo cuando se instala la idea de que, dado lo relativo de la conducta humana, hay que bucear en las consecuencias para saber, en efecto,  el alcance de un acto. No en el acto en sí mismo.

En general, a los media les falta ganar en humildad para darse cuenta de que, so pena de repetir lo dicho por otros,   la alternativa del  periodismo de investigación cuesta mucho dinero y no todos los profesionales del ramo están preparados para ello; por consiguiente, la mayoría debe limitarse  a lo superficial de los hechos y seguir recitando el eslogan ya tan manido del periodismo de Estados Unidos: facts, no comments. 

Desde luego, una postura de este corte  ha ganado un peldaño a quienes se conforman con la expresión de opiniones; sin embargo, al perder de vista como fin el delicado asunto de  la verdad, se pueden quedar suspendidos en un revoloteo de  hechos que acaban por aturdir la mente del mejor receptor, como suele ocurrir con las redes sociales: mucho ruido y pocas nueces

El punto a recalcar es el siguiente. Nos damos cuenta de la gravedad de estos acontecimientos que han tenido lugar en diferentes partes del mundo y han sido ejecutados por quienes tenían una autoridad moral indiscutible ante los ojos de la feligresía, ganada no en vano durante centurias. Los hechos sólo han revelado el ocultamiento de tales conductas.

Empero, si el asunto es tan grave, ¿acaso no debería explicarse por qué están ocurriendo este tipo de conductas precisamente entre quienes tienen la preparación para guiar y encauzar no sólo sus vidas, sino las de los demás? ¿Cómo es posible que se den este tipo de casos aberrantes que tanto daño causan a las víctimas y tanto desprestigio acarrean a la institución que los cobija?

La respuesta, nos parece, se puede ensayar por el lado del relativismo, apuntado  unos párrafos más arriba. Al negar la sociedad que existan conductas malas en sí mismas, y conducirse así  al terreno de lo todo es relativo (aserción a todas luces ilógica, pues,  si "todo es relativo", algo entonces  no lo es para permitirnos afirmar tal cosa), sólo medible en términos de consecuencias, estamos abriendo en la sociedad la caja de Pandora a todo tipo de aberraciones.

Esta manera de pensar ha calado en todos. Los adolescentes y jóvenes cuestionan el porqué del bien, los mayores transan a placer en sus empresas y en la política, la fidelidad matrimonial es asunto de otros tiempos, y el final (porque hay juicio al final) se pone en tela de juicio.

Esto es lo más grave que no toca el film Spotlight ni los media,  que, sin embargo explicaría la decadencia rampante y el declive de la sociedad en la educación y las costumbres.

Si los media no responden a estos cuestionamientos, nos están alborotando en vano y hacen un flaco servicio a la sociedad. Servicio, pero flaco.
















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