¿Por qué hay santos en la Iglesia Católica?









La respuesta a esta pregunta puede ser simple: Porque es lo normal. "El que me sigue ... tendrá la Luz de la vida", nos revela san Juan.

Lo extraño resultaría si se comprobara la carencia de santidad en la Iglesia. Los media de izquierda se sorprenden, sin embargo, cuando revisan los datos de beatificaciones y canonizaciones en el seno de la Iglesia durante el papado de Juan Pablo II, después de 27 años.

Se ha querido reducir la cuestión de la santidad a una variable económica. Si usted tiene 500 mil dólares, podremos beatificar a su candidato; con 1 millón alcanzaría con seguridad la cima de la santidad. Así de fácil, y así de caro. Pero tanta objetividad, acaba siendo insoportable.

Lo propio de cualquier religión es acercar las gentes a Dios, buscar su rostro. Es cierto que no todas las religiones cumplen por igual esta verdad. Pero la santidad en último extremo consiste en identificarse con el único Dios verdadero, destruyendo así todo resto de subjetivismo.

Hoy vemos como la violencia ronda al Islam, y el hinduismo se debate en luchas irreconciliables de castas, así como la falta de caridad puede arruinar las mejores aspiraciones del cristianismo.

Cuando una persona se decide a escuchar y hacer lo que Dios le va pidiendo, entonces ocurre la transformación de una vida, y se puede constatar por las obras. De eso se encarga la Iglesia Católica en los procesos de canonización. Al demostrar entonces la vida de las virtudes en los quehaceres diarios, esas virtudes que nos hacen verdaderamente hombres al vivirlas en grado heroico. 

En efecto, a partir de esos procesos de prolongadas deliberaciones, parece como si la Iglesia no tuviera fe, pues exige además la constancia de un milagro invocando la intercesión del siervo de Dios, para confirmar con un hecho extraordinario su ascendencia delante de Dios. Y, una vez confirmado el milagro incluso por quienes no creen en ellos, la Iglesia vuelve a solicitar otro para ser declarado santo. 

Todos estos procesos, sin duda, cuestan mucho dinero, es cierto, pero ni aun contando con él se puede lograr las declaraciones de beatitud y santidad por parte de la Iglesia. 

Hoy más que nunca, se precisan en la Iglesia de modelos de santidad contemporáneos, acordes con los tiempos. No se requiere que cada persona al fallecer, emprenda un proceso de este calibre. Lo necesitado con urgencia en nuestros días consiste en presentar al los creyentes, y a los no creyentes también, modelos de santidad en donde cada fiel pueda reconocerse como trabajador, como madre de familia, como empresario, como actor...En fin, en tantos oficios nobles de los ostentados en tantos perfiles profesionales de hoy.

San Juan Pablo II lo entendió muy bien, y se dio a la tarea de urgir los procesos con gente de nuestro tiempo para tener modelos ejemplares de santidad actuales. Están bien los ejemplos de la Edad Media y anteriores, pero, los estilos de vida eran otros. Además, debido a las distancias temporales con ellos, se desconocen cantidad de detalles de la vida ordinaria, algo esencial para convencernos, de que la santidad está al alcances de cada uno por la sencilla razón de haber sido pensados por Dios para ser santos.

Con perdón de los colegas del mundo de los media, incrédulos y molestos con la presencia de la Iglesia en el mundo, la única razón de ser del hombre es la felicidad eterna, dando gloria a quien nos ha puesto aquí, pues la sed de infinito de cada persona se obtiene y alimenta a partir de ese Dios, infinito y bueno.

La Iglesia, entonces, se encarga de pastorear las almas para alcanzar ese fin, tan capaz de llenarnos de dicha incluso en esta vida.

Sin él, la vida no tiene sentido, y la Iglesia se encarga, no de fabricar santos, sino de cultivar la semilla para alcanzar la plenitud





     

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