¿Por qué Dios y la Virgen se comunican con la gente sencilla?









Las cuatro niñas del pueblo de Garabandal, España, a quienes la Virgen María se apareció miles de veces entre 1961 y 1965.



Así ha sido desde el principio. Los poderosos de este mundo, y quienes no lo son tanto, confían sus misivas importantes, los secretos del corazón, a gente como ellos. Dios y María, su madre, hacen exactamente lo mismo: comunican sus mensajes importantes a gente como ellos, lo más parecido posible.

Dios quiere comunicarse con sus criaturas, y por eso se paseaba por el jardín del Edén "a la hora de la brisa". Esa misma brisa en la que Elías, años más tarde, reconocerá la presencia de Dios en el monte Carmelo, frente a la alternativa de ventarrones y tormentas.
Dios se suele manifestar sin pompa ni estruendos; habla en el silencio. En ese silencio siempre presente en torno  a la gente sencilla.

Dios debe recordar  al rey David que le había sacado de entre los apriscos de Belén, de la soledad contemplativa  que envuelve a un pastor a lo largo del día en su trabajo. Su rústico origen se parece al de  todos los patriarcas y profetas del pueblo elegido, pues  eran hombres sin preparación alguna y  llevaban una vida nómada, itinerante, frugal.

La saga de todos los hombres elegidos por Dios se repite, hasta que llega "la plenitud de los tiempos", donde  se había reservado para Él de manera especial a María, su madre. La sencillez de María queda manifiesta al visitar a su pariente Isabel en Aín Karim y  la  ya estéril, había concebido a Juan, el Precursor.

Y precisamente  en esa "plenitud de los tiempos" elige a unos pobres pastores de Belén para comunicarles, nada menos, el esperado anuncio del nacimiento del  Hijo de Dios en un "pesebre", concebido en el seno de la mujer más sencilla de la tierra al decir  a la propuesta divina sin vacilar. Porque Dios ha visto la humildad de su esclava, exclama María al ver a Isabel.

Al pensar sobre estas cosas, aparece la pauta del comportamiento divino: su enamoramiento de la sencillez. En la pretensión de lograr entender a Dios, descubrimos el camino de lo natural, su forma de hacer sin ruido ni complicaciones a la hora de manifestarse a los hombres. 

El Hacedor, supremo silencio que trabaja siempre quiere que el vestigio de amor trinitario inacabable creador de cada uno de nosotros, permanezca siempre encendido.

Toda la historia de la Salvación está repleta de caracteres sencillos. Los mismos apóstoles eran gente sencilla, y Jesús les pide que lleven sólo una túnica en sus viajes.

De ahí salió la Iglesia.  Y de esa fijación de Dios en sus elecciones aprende la Virgen María.

Así, cuando ella ha venido a ver a los hombres para comunicarles el mensaje de Dios, elige a personas insignificantes.  María disfruta también  la compañía de estas personas, quizá porque se asemejan tanto a ella misma durante su paso por la tierra.

Desde el indio Juan Diego, a Bernadette, pasando por los pastorcillos de Fátima y las niñas de Garabandal, todos han sido elecciones humanas sin brillo alguno a la hora de depositar en el mundo mensajes  de gran calado para la humanidad, muy al contrario de la forma al uso de nuestro proceder.

Quizá sabe que a la gente sencilla se le  puede confiar un mensaje porque son de fiar. Por eso, los niños y jóvenes pobres y pastores son sus predilectos.

La moraleja no consiste en movernos para convertirnos en pastores o niños, sino en gente sencilla, como ellos.

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