Los ateos viven a costa de Dios

La mujer de la pintura de Murillo, en su sencillez vislumbra lo vedado a la soberbia del sabio.

El hombre ateo se pasea por la vida a costa de Dios. Eso sin contar la etimología del término "ateo", que significa no-Dios. María, por el contrario, se siente indigna de ser la Madre de Dios.

El conocido y venerado Richard Dawkins (El espejismo de Dios, Una luz fugaz en la oscuridad) de la Universidad de Oxford, dice en una de sus publicaciones una idea recurrente en sus escritos: "Es una futilidad manifiesta pretender resolver el problema de la complejidad de la vida postulando la existencia de otra entidad compleja llamada Dios". 

En efecto, Dawkins tiene razón. Esa escalada hacia lo más complejo no acabaría nunca, y no resuelve nada. El  problema, sin embargo, con su afirmación estriba en suponer a Dios como una "entidad compleja". Ahí está el detalle, que diría Cantinflas. Dios es simple. No tiene partes.

Dios, desde su simplicidad eterna, omnipotente, crea por amor. De la nada. Entre fe y razón hay una corriente de relaciones fecundas que piden la colaboración de la otra parte: Razón sin fe, se convierte en especulación, como la de Darwin y la de Dawkins. Y, por el contrario, fe sin razón se torna en fideísmo, una corriente del pensamiento tendiente a infravalorar ese atributo del hombre llamado razón.

En definitiva, Dios da al hombre  fe y  razón, y la correlación ente ellas es perfecta, absoluta. (Sólo para no ateos).

María es el ejemplo más acabado de la relación entre fe y razón. El ángel le anuncia los planes de Dios sobre su maternidad. Ella pregunta racionalmente "cómo" puede ser eso si no tiene relaciones con hombre alguno y no tiene intenciones de tenerlas aunque está casada. Era una promesa hecha antes del matrimonio de acuerdo con José, su esposo. El ángel le aclara el "cómo" (razón) y cree lo anunciado (fe). Su pariente Isabel le llamará "bienaventurada" por haber creído. La sencillez de María le permite ver lo oculto para los sabios y poderosos de la tierra.