¿Puede aplicarse la doctrina del "mal menor" a la relación conyugal?




Como vemos elocuentemente en esta pintura, Dios crea a Adán y de su costado da la vida al cuerpo de Eva. 
Siempre se necesita la acción divina para cada nueva vida a partir de la unión conyugal. Sin embargo, se le pueden atar las manos a Dios y cegar las posibilidades a la vida. 

El mandato original de Dios se lee en el Génesis: Se harán el hombre y la mujer una sola carne (Gen 2, 24). "Gracias a Yavé me conseguí un hijo" (Gen  4, 2), dijo Eva después de unirse a Adán y concebir por primera vez. No se puede decir de una manera más clara que Dios, contando con el concurso del "varón" y la "varona" (por haber salido  ésta, la mujer, del hombre), decide cuándo bendecir la unión con la vida.












Por consiguiente, este acto conyugal, no se puede reducir nunca a un juego de placer, debido a la presencia de ciertas circunstancias. Juan Pablo II, en su Carta Encíclica Veritaris splendor, nos advierte de modo claro sobre el hacer infecundo el acto conyugal, que no admite parvedad de materia, es decir, nunca será un mal menor, siguiendo la pauta del beato Pablo VI en la Humanae vitae (n. 14)

"En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien (cf. Rom 3, 8) es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad, lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social".

Y esta cita, diremos de nuevo,  la refiere san Juan Pablo II al acto conyugal cuando es "realizado intencionalmente infecundo" (Ibid. In. 80). Aunque cuando se da un asunto grave, se puede recurrir al ritmo o a la continencia periódica si se quiere evitar un embarazo posible.

A este respecto, recuerdo haber escuchado en una ocasión, año 1994, al cardenal Ratzinger, al responder la pregunta de un colega suyo, que las monjas del Zaire (Congo Belga) durante la década de los 50, acosadas como estaban por el ataque salvaje de las guerrillas,  tomaron anticonceptivos para evitar el embarazo en el caso de que fueran violadas, porque en ese entonces no existía  una doctrina clara sobre este particular (la Encíclica Humane vitae se publicó en el año 1968). 

Por tanto, redondeó Ratzinger, que no se podía aplicar este ejemplo al entonces actual caso de las monjas en los Balcanes, temerosas de los servios,  porque (y aquí viene el punto de fondo) la vida es siempre un algo querido por Dios (¡aunque se diera en unas monjas violadas por el enemigo!). 

En conclusión, la doctrina de la Iglesia no ha cambiado en este punto particular, aunque haya muchos mosquitos picando a las mujeres embarazadas o a las que van a tener relaciones sexuales con sus maridos en zonas amenazadas por la presencia de este insecto. Ni la ONU ni sus dependencias  nunca son una fuente de moral.

Fue tan tajante Ratzinger en aquella reunión de clausura del 25 aniversario de la Carta Encíclica Humanae vitae, que cerró la discusión advirtiendo de esta manera: "Si en este apartado se abre la puerta siquiera una rendija, ya no se podrá volver a cerrar jamás". 


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