El poder de la obediencia: nos hace infinitos















La Virgen, al obedecer, concibió al niño, Salvador. Y se alegró su espíritu.

Jesús, al crecer, obedecía a sus padres. Y comentaba que había venido a obedecer, a hacer la voluntad de su Padre. Y obedece hasta la muerte. Y así, obedeciendo, nos salva.

Por el contrario, Eva, al desobedecer, había cerrado la puerta de la salvación para toda su descendencia.

¿Qué encierra entonces la obediencia para ser como el eje en el que gira la relación de cualquier persona con Dios?

La palabra obedecer viene del latín  desde los comienzos del siglo XIII. La palabra atina era oboediens, que en latín se deriva de audire, "oír", según el diccionario etimológico de la lengua castellana de Joan Corominas.

Al repasar el Antiguo Testamento vemos como Dios pide a los israelitas por medio de Moisés al darle los mandamientos (no son "sugerencias"): "Escucha, Israel". Es decir, obedece lo que te voy a decir. Los grandes enojos y castigos de Dios se dan precisamente cuando ese pueblo "de dura cerviz"  no quiere obedecer. ¿Y por qué creemos que no ocurre lo mismo en nuestro caso?

Les promete que la felicidad, tan añorada hoy y prometida de tantas maneras por la publicidad mercantil, si se "esmeran" en practicar los mandamientos. De esta manera, se multiplicará tu descendencia, se prolongarán tus días y serás feliz.

Pocos hoy, como en los tiempos de san Pablo, en su exhortación a los atenienses, se creerán que alegría y la salvación pasan por la cruz. Y al obedecer concebimos a Jesús, nos hacemos semejantes a él.

Esto es algo que entendió bien san J. Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei. Dejó escrito en latín
El documento presentado más arriba, con la firma de Mariano, por su devoción a la Virgen en su obediencia cuando dijo al ángel,  "Hágase", se puede leer: Con alegría, ningún día sin cruz. Algunos piensan, sin embargo, que, al obedecer, se hacen menos.





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