Cuando el progreso se convierte en un peligro

La idea de progreso, intuitivamente, resulta atractiva. Crea una imagen mental sugestiva en quien la escucha porque vislumbra como un gran resorte que impele a las personas hacia un cambio, libre de estancamientos seculares de cualquier tipo. Y se producen alianzas en su nombre.

En algunas de las campañas políticas actuales basta con proferir la palabra cambio como para sentirse mejor, aupado por todo lo visionado en ella, pues alberga un sinnúmero de cosas buenas, que, aun sin especificar su contenido, aúnan voluntades en pos de una vida mejor.

Aristóteles está en el fondo de esta cuestión, como en muchas otras. La gente se mueve por lo percibido como bueno para su vida. Aspira a la vida buena (que es lo opuesto de la "buena vida").

Mientras la vida buena se relaciona con la lucha continua, con el combate para liberarse de la pesantez de la tendencia al mal de nuestra naturaleza humana, la "buena vida" se desentiende por completo del bien y el mal, apostando siempre por lo que me gusta.

En efecto, el placer no es malo por definición, pero no es el criterio racional para optar por una alternativa. La llamada al fin de todas nuestras motivaciones debe evaluar, antes de decidirse por uno u otro camino, si la opción verdaderamente conduce al fin que le propio al hombre.

Debemos dar pasos hacia el fin que nos es propio. Y si damos los suficientes llegaremos a a alcanzarlos. Caminar lo suficiente hacia el fin propio.

El cuento de Pulgarcito  nos enseña que no debemos volver la cara atrás, retroceder y volver al lugar en donde antes estábamos. Hay que seguir adelante. Los sueños de volver atrás siguiendo el rastro dejado por unas migajas de pan, resulta ser fatuo: las aves las han comido.

La caridad no sólo advierte la presencia del otro,
sino que descubre lo que de bueno hay en él.
Y se les quiere.



Pero hay una gran diferencia entre progreso y avanzar hacia la meta. Mientras la puntualización de un fin nos indica el camino a recorrer, el progreso sólamente nos indica una marcha hacia adelante, tal vez, pero que bien pudiera esconder el fin que nos corresponde.

Deberíamos empezar de nuevo por Dios, para que nos indique el camino. Por tanto,   cuando se rechaza la idea de Dios,  cuando se pregunta se realmente Dios existe cuando se ha desechado de antemano tal posibilidad, el progreso se convierte en un peligro

Si Dios ha puesto al hombre sobre la tierra para que vuelva libremente a Él, este Hacedor conoce y quiere enseñarnos ese camino. Por eso, el verdadero progreso comienza y concluye en la caridad.




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