El problema de Dios "en" el mundo










El evangelista san Juan nos lo advierte al comienzo de su evangelio: "Vino a los que eran suyos, y los suyos no le recibieron".

No permitimos que Dios se meta en nuestras cosas, en  la materia misma.El hombre se ha dado cuenta también de que puede razonar las cosas. Y cuando el resultado de sus raciocinios no cuadra con la realidad, peor para ella.

Creo que ese es el problema del hombre con Dios desde el principio: querer insertar en la razón la totalidad de Dios. Tarea inútil, como le advierte al santo de Hipona aquel niño en la playa que no cesaba de hacer viajes a la orilla del mar con una concha y, una vez llenada, corría a verterla hacia el pozo abierto unos pasos más allá. 

Distraído san Agustín de sus cábalas por el febril ir y venir del niño, se detuvo a preguntarle qué estaba haciendo. El niño respondió: Quiero vaciar el mar entero en este pocito. Sonrió el santo y le previno sobre esa tarea imposible.

Entonces, el niño, le dijo: Es más fácil conseguir esto, que tú pensamientos conciban  en tu cabeza lo que la Trinidad divina es.
El niño desapareció. Agustín se quedó estupefacto al entender que la grandeza infinita de Dios no puede caber en la pequeñez de una inteligencia humana; eso que la de san Agustín era preclara, una de las mejores de la historia, cuyos escritos, desde el siglo  IV, quizá nadie ha terminado de leer debido a su extensión y profundidad.

Ante este hecho, sólo la humildad puede poner al hombre en la posición correcta ante Dios. Una y otra vez, intelectuales, periodistas, hombres de ciencia, atacan el mismo problema, creo,  de la manera equivocada: Cómo es que Dios, siendo bueno, permite el dolor, la desgracia, y un largo etcétera de quejas sobre las contrariedades del mundo.

Por qué y porqué. A los hombres d e hoy como a los de ayer, Dios no les cabe en la cabeza. Ésta, que sería una de las más robustas razones para creer en él, con una lógica lineal, saltan a la conclusión de que si todo eso tan cruel ocurre, es que Dios no existe.

El hombre quiere manejar a Dios a su antojo. No le cuadra que puede haber un plan mejor, precisamente porque Dios es sabio y bueno. El que nosotros no lo entendamos ahora nos deja a la altura de María y de José cuando interrogaron a Jesús sobre su infructuosa búsqueda, después de haber desaparecido sin avisar. No entendieron entonces lo que les quería decir, nos comenta escuetamente san Lucas. 

Por consiguiente, hoy igual que ayer, desechamos a Dios porque no nos "cabe" en la cabeza. Pero creo que molesta más aún al hombre moderno o postmoderno, cuando se intuye el misterio en todas las cosas que nos rodean. Ya no se trata sólo de la razón, al fin y al cabo se podría desechar como una ideología más. 

El problema consiste en esa presencia de Dios "en" el mundo, abrazando todas las cosas. Ahí se vislumbra el misterio.





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