¿Quién era san Matías?
Preguntar es fácil. ¿Quién es Matías? La respuesta que primero me sobreviene es, Matías era el nombre de mi abuelo.
Nunca conocí a mi abuelo. No tenemos más que una foto suya rodeado de dos de sus hijos. Elegante castellano salmantino, se desplazó a Olite, Navarra. Este pueblo, situado a unos 40 kilómetros de Pamplona, la capital de la provincia, había sido ilustrado con la construcción de un castillo por el rey de Navarra, Carlos III, apodado el Noble.
Según va la historia, este rey logró que la ciudad de Pamplona, dividida en "tres núcleos urbanos independientes se fusionaron en uno solo" mediante el Privilegio de la Unión (1423): el burgo de san Cernin, poblado por los franceses; el burgo de san Nicolás ---el santo más popular después de la Virgen María, a juzgar por el número de Iglesias dedicadas a su nombre en el mundo---; y el burgo de la Navarrería.
Después de siglos de grandes diatribas y luchas encarnizadas, el rey Carlos III unificó en el siglo XV estas divisiones y colocó el Ayuntamiento en la convergencia de los tres burgos, que eran como tres pequeñas ciudades amuralladas, que, todavía hoy, pueden saborearse.
Pues bien, si pocas cosas sé de mi abuelo, mucho menos sabemos del apóstol Matías, excepto que después de la fiesta de Pentecostés, lo eligieron echando a "suertes" para sustituir el lugar dejado por Judas.
Sabemos más del contrincante de Matías. Un tal José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo. Este contendiente, a juzgar por los detalles de su nombre, debía ser un personaje importante. Pero, las cosas de Dios, al final, resultan familiares: la suerte cayó en ese otro personaje que, si bien estuvo con Jesús desde el principio de su predicación, no dejó ningún otro rastro, salvo la grandeza de su fidelidad, pues según cuenta Ratzinger en su opúsculo sobre Los apóstoles, "permaneció fiel a Él hasta el final".
Este es el santo de hoy, con el que bautizaron a mi abuelo. Su gran logro, deseable para todos nosotros, consistió en ese permanecer "fiel hasta el final". Lo demás, es lo de menos.
Nunca conocí a mi abuelo. No tenemos más que una foto suya rodeado de dos de sus hijos. Elegante castellano salmantino, se desplazó a Olite, Navarra. Este pueblo, situado a unos 40 kilómetros de Pamplona, la capital de la provincia, había sido ilustrado con la construcción de un castillo por el rey de Navarra, Carlos III, apodado el Noble.
Según va la historia, este rey logró que la ciudad de Pamplona, dividida en "tres núcleos urbanos independientes se fusionaron en uno solo" mediante el Privilegio de la Unión (1423): el burgo de san Cernin, poblado por los franceses; el burgo de san Nicolás ---el santo más popular después de la Virgen María, a juzgar por el número de Iglesias dedicadas a su nombre en el mundo---; y el burgo de la Navarrería.
Después de siglos de grandes diatribas y luchas encarnizadas, el rey Carlos III unificó en el siglo XV estas divisiones y colocó el Ayuntamiento en la convergencia de los tres burgos, que eran como tres pequeñas ciudades amuralladas, que, todavía hoy, pueden saborearse.
Pues bien, si pocas cosas sé de mi abuelo, mucho menos sabemos del apóstol Matías, excepto que después de la fiesta de Pentecostés, lo eligieron echando a "suertes" para sustituir el lugar dejado por Judas.
Sabemos más del contrincante de Matías. Un tal José, llamado Barsabás, por sobrenombre Justo. Este contendiente, a juzgar por los detalles de su nombre, debía ser un personaje importante. Pero, las cosas de Dios, al final, resultan familiares: la suerte cayó en ese otro personaje que, si bien estuvo con Jesús desde el principio de su predicación, no dejó ningún otro rastro, salvo la grandeza de su fidelidad, pues según cuenta Ratzinger en su opúsculo sobre Los apóstoles, "permaneció fiel a Él hasta el final".
Este es el santo de hoy, con el que bautizaron a mi abuelo. Su gran logro, deseable para todos nosotros, consistió en ese permanecer "fiel hasta el final". Lo demás, es lo de menos.
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