La curiosidad por lo extraordinario, no deja ver la grandeza de lo ordinario


No son milagrerías. A veces se trata de auténticos milagros, es decir, hechos extraordinarios aprobados por la autoridad correspondiente de la Iglesia. Pero quienes se dejan llevar por la curiosidad de  hechos milagrosos, corren el riesgo de perderse la aventura magnífica de la vida ordinaria.

Veamos. El hombre fue hecho para que trabajara. Su trabajo, el de Adán, consistía en ir poniendo nombres a las cosas creadas de acuerdo con su naturaleza y su fin. Trabajaba sin cansarse, pero trabajaba.

En seguida, su creador se dio cuenta de la soledad del hombre, y convino con las otras personas divinas, que no convenía que el hombre estuviera solo. Y creó a la mujer para que procreara y llenara la tierra.

Dios había visto la belleza de lo creado, vio que era bueno, y le pareció bien llenar la tierra con hombres y  mujeres, sin decir cuántos,  llevado por  la idea de llenarla para que muchos pudieran contemplar su belleza. 

Dios es bueno y sólo puede compartir lo que es: amor. Entonces, se puede encontrar a Dios en "relación" con las cosas por él creadas. Se cometería un error al quedarse en las cosas mismas, dejando fuera la "relación" con su creador. Se trataría de una apropiación indebida, y al final se vería que las "cosas, cosas son".

Esta es una muy sutil forma de  caer en el materialismo. Pero salirse de la "relación" nos lleva a todas las formas de panteísmo, pues se trata de dejarse absorber por la ideas del creador originadas en los pensamientos.

Por alguna razón ese creador omnipotente se hizo hombre, y al conocerle  nosotros en las obras de su vida ordinaria, viviendo treinta años en familia como uno más en la pequeña aldea de Nazaret, se puede  llegar a conocer lo extraordinario de su persona: un Dios hecho hombre para salvar al hombre trabajando como hombre.

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