Silencio..., ya es Navidad


Las prisas, casi me atrevería a decir, lo desfiguran todo. No sabemos si la vivimos la vida o la vida --con su aceleración-- nos vive. La gran Teresa diría, "vivo sin vivir en mi", como una alternativa al bullicio, pero recogida en el silencio del claustro. Sí, 
 se nos ha esfumado el silencio.

Por eso, la  contemplación resulta desfasada hoy en día. No tengo tiempo --se aduce. Las calles, repletas, y los grades almacenes atiborrados en medio de empujones y codazos. Las iglesias, vacías. 

Estamos en Navidad. En apenas unas horas vendrá a salvarnos de toda esta tragedia quien es nuestro creador. En el silencio, sin prisas, podremos contemplar el nacimiento. Pero no podemos "prevaricar", es decir, salirnos del surco al labrar el campo. Dios tiene un plan para cada uno de nosotros. La felicidad se encuentra en su seguimiento, aunque canse el arar y la caminata.

Pensar en la felicidad; ahí está el detalle para continuar sin desmayos. Al encarar el fin, lo demás es lo de menos.

¿Acaso los ires y venires, el ajetreo de los días navideños no cansa? Pero se piensa en medio del cansancio en ese fin planeado, a donde se quiere llegar. Aquí es lo mismo, si bien, se trata de elevar un tanto la mira y descubrir la veta espiritual de esta fiesta navideña. 

El sentido de esta fiesta no radica en el capricho personal  de unos cuantos, sino en leer y meditar, una y otra vez, esos momentos culpen narrados por San Lucas en sus escritos sobre la venida del Salvador, escritos con sencillez y hondura, dejan al descubierto el corazón de María y José mientras van escuchando su eco en los avatares del nacimiento del hijo, esperado durante siglos, y andado por todos los profetas del viejo Testamento.

Contemplar el nacimiento requiere abrirse a una nueva realidad. Sin esa apertura, no se puede escuchar el canto de los ángeles ni la premura de los pastores para acercarse a la cueva del recién nacido, ni se podrá ver la estrella indicando el camino a seguir durante meses.

El silencio entonces, nos lleva a la apertura  para repasar la historia sobre este acontecimiento, para escuchar el  canto nuevo de seres angélicos y para esperar con alegría a quien nos trae la presencia del amor en la tierra, gracias a la fe de una mujer guapísima muy joven y al cuidado delicado de su marido José.

Sólo el amor salva. Dichosa tú, María,  porque has creído.



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