¿Qué había antes de que hubiera algo?


"En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y vacío, la tiniebla cubría la faz del abismo y el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas."

Así comienza la narración en la Biblia sobre los orígenes del mundo. Nada había en esa tierra, excepto "caos y vacío". Es justo el comienzo del tiempo. Así comenzó la obra de Dios por excelencia. 

Pero, ¿qué es el caos? "Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos". También se le considera como "abismo". Asimismo,  por  "vacío" se entiende a lo "falto de contenido físico o mental".

Un ser sin serlo. Aún sin empezar a obrar, aún sin poder darse. Ser y obrar se compenetran de tal modo que, no sólo no hay posibilidad de obrar y viceversa, sino que es propio del ser "persona" en este caso, el derecho a la entrega donde dos se hacen uno,  unidad que se concreta con pleno sentido sólo en el matrimonio, donde entrega y ofrecimiento se conjugan con pleno significado. Es este modo de ser lo que exige esta manera de obrar. No es algo impuesto al hombre desde fuera, sino viene dado como exigencia de su dignidad.

Es así como entenderemos el principio del amor desde sus comienzos, cuando el "espíritu De Dios se cernía sobre las aguas". Allí donde parecían reinar sólo el "caos y el vacío", encontramos le presencia del amor, paseándose, cerniéndose sobre las aguas. En ese paseo suavemente recorrido se da el encuentro con la "vida". Es un amor fecundo.

A partir de ahí todo sería en el hombre por nacer, imagen y semejanza de Dios. San Pablo lo dirá de otra manera: "El amor De Dios ha biso derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado". (Rom 5, 5).

Este es el valor de la persona humana.




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