Lo que el viento se llevó


Este es el título de una famosa película norteamericana de 1939. En el sentido del título se encierra una especie de nostalgia da del pasado: las cosas son son, a partir de la Guerra Civil estadounidense, como solían.

Si dejamos hablar a quienes ya tienen "cierta edad", aprenderíamos mucho de lo que hoy nos falta del ayer. El "afán de novedades" lleva a menospreciar el pasado, como si ya todo eso fuera obsoleto. Esta misma frase la usa San Pablo en una de Cartas, como explicación del desinterés del pueblo griego de las cuestiones del espíritu.

Es ese mismo "afán" el motor de los jóvenes y de quienes ya no lo son tanto, por descubrir caminos desconocidos para llegar a no se sabe dónde exactamente. Cuando se ve en los media las interminables discusiones en los parlamentos de los países que solían sobresalir por su contribución a la cultura ordenada al bien común, sin llegar a ninguna parte excepto a un continuo faltarse al respeto debido y agredirse con la palabra tantas veces vacía de significado y de sentido,  mentes ávidas de sobresalir y vencer para repartirse el botín anual del presupuesto, mientras el ciudadano contempla atónito el desprecio de tales parlamentarios por todo lo referente a la vida, al trabajo y a los valores fundamentales insertos en la naturaleza humana desde el "principio".

Parece como si todo eso se lo hubiera llevado el viento. Y como ya no queda tiempo para  escuchar, el "afán de novedades", propulsado por las omnipresentes redes sociales, nos puede llevar a pagar millones de dólares --así, millones-- por subir en el espacio unos pocos kilómetros de altura en una nave, para poder deleitar, luego, a los pocos oyentes disponibles de la singular experiencia.

Quizá sea la "inadvertencia" de muchos sobre las ventajas de la fe, de lo que se pierden, más que animadversión a las verdades que encierra. Como si el viento se hubiera llevado con sus nubarrones la firmeza de las creencias.



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