El hombre no puede alejarse del amor..., aunque quiera



En esta representación del Nacimiento, se puede ver en la columna central del fondo, en su parte alta, un crucifijo.




La expresión de este titular puede parecer salida un poco, o mucho, de tono. Pero si consideramos que Dios es amor, y a cada hombre lo ha hecho a su imagen y semejanza, quizá se puede ir iluminando el sentido de esta sentencia.

Las acciones del hombre no admiten término medio: o son "buenas" o no lo son. Cuando son buenas, es el resultado de buscar el bien como algo  para donar al otro; cuando no lo son, es porque se busca el "amor propio". Entonces, el "desamor" no es sino privar de la luz a la razón, como nos dice sencillamente santa Catalina de Siena.

El alma no puede vivir sin amor; por eso  todo el "mal" se fundamenta en ese tipo de amor, conocido como  "amor propio". Hay cantidad de defensores de este amor, con insinuaciones más o menos veladas al pecado o más o menos alejadas de Dios. Cuando el entendimiento se vela no puede ver los beneficios recibidos continuamente de su creador. Esto ocurre especialmente al descubrir las miserias de nuestra vida, y se busca entonces a quien puede remediarlas.

La diferencia entre Pedro y Judas se estableces no en la gravedad del pecado cometido, la traición a Jesús. Judas se arrepiente de su acción  y les arroja a los sumos sacerdotes las monedas recibidas por entregarles al Maestro; pero se aleja del perdón al encerrarse en sí mismo y decidir que el tamaño de su culpa no puede ser perdonado. Esta es la diferencia con Pedro. Éste llora, y Jesús le pregunta hasta tres veces si verdaderamente le ama y así resanar su alma herida. 

Pedro cede, y se deja amar por el amor. Judas, por el contrario, se encierra en su amor propio  y se ve condenado sin remedio por haber sido capaz de haber cometido semejante afrenta.

El amor, el de verdad,   es una participación en el amor divino; por eso pasa por la cruz.

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