Esperar siempre, aunque la estrella no se vea



Estamos comenzando un año. Uno más. Según la posición ocupada por cada quien en la sociedad, se puede ver  la estrella, compañera de nuestra camino, con más o menos nitidez.

Esta estrella es nuestra vocación, cada quien la suya, y su luz indica el camino a seguir. La seguridad de esta afirmación nace de que nuestro Creador no hace gestos inútiles: A cada persona venida a la vida,  le da un sentido.

En algunas ocasiones, la estrella no se deja ver. Es la hora de preguntar a quien sabe. Siempre hay alguien en nuestro entorno capaz de orientarnos, aunque no comparta nuestras creencias o la dirección final de nuestra meta.

Los Reyes Magos, llevados por su buena voluntad, van a consultar al rey Herodes, un personaje opuesto por completo al fin de su búsqueda. Pero gracias a sus indicaciones, si bien sus intenciones eran otras, les dice cómo llegar al Mesías. Algo así le ocurre al eunuco etíope en su camino a Gaza. El diácono Felipe le alcanza cuando leía, sin entender, a Isaías, y le invita a subir a su carruaje. Este funcionario de la reina de Etiopía, le pregunta: ¿Cómo lo puedo entender si nadie me hace de guía? Luego, el eunuco pide ser bautizado. Algo similar le ocurre a san Pablo, antes de su conversión. En su camino a Damasco una luz le envuelve, queda ciego, y la voz de Jesús le ordena entrar a la ciudad y ahí "te dirán lo que debes hacer". Y de de esta obediencia, en cada uno de los casos, se encuentra el sentido de la vida. 

La estrella en estos casos no se ve, pero el Señor se ocupa de su creaturas, a veces a través de caminos inverosímiles. No estamos solos, y debemos esperar siempre de quien nos cuida con auténtico cariño.



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