Escuchar a san Pablo, todavía hoy, ilumina el camino de las decisiones


Tumba del apóstol 
San Pablo, Roma, extramuros.



Acabamos de  celebrar en la Iglesia el día 25, la conversión de san Pablo. No es para menos. Se trata de honrar a un hombre decidido, en el error y en la verdad. Perseguía a muerte a los recién bautizados cristianos, porque contrariaban con su doctrina las enseñanzas tradicionales del judaísmo aprendido en su juventud. Y no eludió los peligros de muerte cuando se convierte y predica precisamente las propuestas del nuevo Camino, enfrentadas por él mismo, en sus correrías desde Jerusalén hasta Siria.

Hombre de baja estatura, tez morena, de hablar un tanto premioso, enérgico, elegido por el mismo Jesús de Nazaret, a quien perseguía, para ser el apóstol (enviado) de los "gentiles", por "vocación" y escogido para predicar el Evangelio  en prácticamente todo el mundo conocido de hace dos mil años. Las raíces del cristianismo se sitúan en sus catorce cartas, aprendidas durante el silencio de su retiro en Arabia por espacio de tres años, antes de reunirse en Jerusalén por vez primera en el año 39 de nuestra era.

Conocedor de la cultura griega, argumenta y escribe según sus cánones, y tiene exposiciones brillantes ante incluso los expertos de su tiempo, como es el caso en el Areópago de Atenas, cuando invoca al "dios desconocido", honrado por los griegos, al que descubre por las calles de la ciudad mientras esperaba impaciente a sus compañeros de viaje. De ese medio se vale Pablo para hablarles del Dios creador y de la resurrección del hombre a la otra vida. Algunos se ríen de él, otros se convierten y vienen a ser posiblemente los primeros creyentes de Grecia.

Sin miedo, Pablo sigue su camino. No puede callar el mensaje del Evangelio y lo anuncia en medio de contrariedades sin fin, en sus tres viajes por las tierras que bordean el Mediterráneo. Incluso, se mantiene la tesis de que cumplió su deseo de visitar España hacia el año 63, después de su cautividad en Roma.

Él va abriendo brecha entre los "gentiles" sin servirse de los logros de los demás apóstoles y diáconos en su apostolado con los de estirpe judía. Está convencido de que Dios quiere que todos los hombres se salven, en medio de sus labores ordinarias, y a esa tarea se dedica sin descanso hasta el final de sus días, en el año 67 d C. 

Europa entera le debe a san Pablo la presencia del cristianismo, pues nadie como él bregó tanto para sembrar su semilla, con "ocasión y sin ella".

 


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