Hay que mirar con ojos que quieren ver...



Codex purpureus Rossanensis, siglo VI.





La frase parece ser originaria de Galileo Galilei. Detrás de ella se esconden las agrias disputas entre ciencia y fe del siglo XVII. El cardenal Belarmino --hoy santo-- quería conservar a toda costa la literalidad de la Sagrada Escritura, pero la evidencia mostraba una y otra vez, que las cosas no iban por ese camino. Y se atribuye a una contemporánea suya Madama Cristina de Lorena, que la intención del Espíritu Santo consiste en indicarnos cómo se va al cielo, y no cómo va el cielo. Se trataba en este caso de "abjurar" de la teoría heliocéntrica, para mantener la postura inversa: el Sol gira alrededor de la Tierra.

Hoy nos hallamos, después de más de tres siglos, enzarzados en discordias incesantes, y se pretende debilitar una y otra vez la autoridad de la Iglesia. Se cuestiona el Concilio
Vaticano II en dos frentes: uno, quienes desean la inmovilidad en la "liturgia" y  el "perdón"; otros, se quejan de no haber abierto más las puertas para recibir toda clase de tendencias y modas.


Dicho de otra manera: algunos pretenden ser el centro del universo y así contemplar cómo todas las cosas giran en su entorno, mientras se miran el ombligo sin cesar, despreocupados del "otro" cuando lo encuentran en su camino herido y maltratado por quienes deberían ser ejemplo de caridad solícita. Sin embargo, el amor no espera; sale en busca del desvalido para auxiliarle en lo necesario, porque un alma vale todo el oro del mundo.

Por eso, decíamos al principio, en el encabezado de esta nota, que debemos mirar la realidad con los ojos de quien quiere ver. Es muy cómodo poner todo en manos del Estado, y culparle por las miserias de la sociedad. El samaritano bueno se encuentra con la necesidad y actúa sin conocer siquiera a la persona yaciente en el camino, sin esperar la convocatoria de un gobernante después de votar o discutir el punto "democráticamente".

¡Que no, que no se trata de  más o menos "democracia"!  ¡Se trata de querer vivir la caridad!












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