Cuando la sal pierde su sabor...

Hace tiempo venía dándole vueltas en mi cabeza a la falta de ejemplaridad en la vida social, familiar y eclesial. Por supuesto, siempre hay gente estupenda en todas partes. Pero ese no es el punto: falta ejemplaridad. Se destacan con frecuencia los platos rotos de cualquier comunidad, y sin embargo no se ven esos ejemplos que arrastran, como los veía Teresa de Ávila en las vidas de santos leídas en el atardecer frío de la casa de sus padres.

Acabo de leer al arzobispo alemán Ganswein, Secretario de los papas Benedicto y Francisco: "Nuestro tiempo necesita testimonios valientes y covincentes". Y añade el Papa: "Estamos llamados  a dar razón de nuestra esperanza", dice, citando a san Pablo. En realidad, estos personajes repiten lo mandado a los cristianos: dar ejemplo en medio del mundo, allí donde les toque estar; hacer y enseñar.

Quizá hoy se nos ha olvidado esta parte fundamental del testimonio, del ejemplo. Esta manera de proceder comienza en casa, en la familia. La familia es la sal. ¿Pero si la sal pierde el sabor...? Por eso se debe recuperar la fortaleza de la familia de antaño, pero adecuada a la situación actual. Con la familia, los hijos deben aprender la importancia de formar parte de esa otra comunidad donde se establece el sentido de la vida, enseñando el equilibrio entre lo material y lo espiritual. El "materialismo" creciente no es sino el desvirtuar  la sal del espíritu.

Es cierto. Es más difícil enseñar estas verdades sin  testimonio, cuando las iglesias ya no se llenan de fieles, cuando ya  no concurren  quienes forman parte de la familia, ni los vecinos de la comunidad. Resulta extraño pasar por alto estos desencuentros con nuestros amigos y vecinos, más si se guarda silencio en nuestro entorno sobre los aspectos fundamentales de nuestra fe

La cultura no acaba de coincidir con el sentido de la vida, esto es,  no se discierne la línea que separa lo verdadero de lo falso, y este discernimiento es precisamente lo que nos hace sabios. Y si además está presente junto al saber, el "coraje", la determinada determinación, entonces, con el ejemplo, surgen los santos.

Sí, hay una especie de silencio sobre lo esencial, como hemos repetido más de una vez, pero el ejemplo vale más que mil palabras, dice el refrán. Como si la presencia del hombre en el mundo tuviera otro fin distinto a la de su  encuentro con Dios al final de su vida, donde se le juzgará "según sus obras". Es decir, uno es libre de elegir aquella conducta apropiada para alcanzar la felicidad..., en esta vida y, después, en la vida eterna por venir. 

Pero se olvida con frecuencia, que la libertad no se entiende cuando se la separa del amor, por muchas cábalas que hagamos. Y el amor es con "obras".

Uno no se explica cómo nos han vendido otro modo de vida,  sino es a base de guardar "silencio sobre lo esencial", como le gustaba repetir al gran pensador francés Jean Guitton, cuyos escritos llenaron por entero el siglo XX. Las "obras" gritan más que cualquier perorata. Es aquel "mirad cómo se aman", que cautivó a  Tertuliano en el siglo II cuando vio el cariño como se trataban  los primeros cristianos. Las palabras son necesarias, pero cuando faltan las "obras", viene a ser como el repique de campanas en el desierto.

La ejemplaridad en la familia cunde como un racimo. Casos recientes los  encontramos en los padres de santa Teresita de Lisieux, nueve hijos en sus diecinueve años de casados, canonizados ambos recientemente en la misma ceremonia, por vez primera en la historia de la Iglesia. También se ha abierto este año el proceso de beatificación a los padres de san Juan Pablo II, tres hijos. Y, poco antes, el del matrimonio Alvira, Tomás y Paquita, miembros del Opus Dei, de la región española de  Aragón, con ocho hijos, cuyo proceso de beatificación se inició en 2009.

En fin, al mirar la creación, vemos con el Señor que hay cosas "muy buenas". Y el universo entero se centra en la presencia fundamental  de la familia, cuando se transforman marido y mujer en "una sola carne"..."para siempre".






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