Ascende superius...: invitación amorosa al diálogo




Paul Cézanne (1839-1906).
La soledad, una mala consejera.






Resulta difícil no ser tachado de fatuo, cuando se invita a alguien, distinguido por sus logros intelectuales, "subir más arriba" para contemplar desde este lugar privilegiado una visión más completa.

De alguna  manera, los logros personales se quedan atrás y se descubre la "Tierra prometida" en la Revelación. Pero ese descubrimiento es el resultado de la respuesta a una llamada interior. No se puede forzar esa visión a quien no la tiene. Se requiere, dejémoslo claro, de una intervención divina, al estilo de la de Pablo en su camino a Damasco.

Pablo de Tarso, educado como saduceo en la escuela de Gamaliel, estaba totalmente imbuido de la corrección de su punto de vista. Tan era así, que se dedica a perseguir a esa nueva secta nacida a raíz de la presuntuosa creencia en la "resurrección" de Cristo.

Se necesitó entonces, una llamada divina para reorientar su rumbo. Más tarde, va a ocurrirle lo mismo a este Pablo cuando trata de convencer a sus hermanos judíos. No creían las propuestas de Pablo, pues las entendían como un atentado en contra de la fe mosaica.

La clave en estas instancias, no radica en saber que uno tiene la razón, pues sabe, ve, el panorama inmenso desde esa altura conquistada. Quienes no tienen esa visión pueden alegar desde su visión "inmanentista", que poseen todo un mundo perfectamente ordenado por la "razón", más de acuerdo con las posibilidades humanas. 

El remedio en este tipo de situaciones no está en guardar "silencio" llevado por una falsa humildad. La gran Teresa de Ávila solía decir que la humildad es "andar en verdad". Por tanto, la clave no está en callar, sino en "clamar". Pero ese clamor debe ir acompañado por la caridad, tal como nos da ejemplo un santo reciente: Juan Pablo II. Cualquier profesor, cualquier padre de familia, debe saber y practicar este principio.

Esta será de ahora en adelante la señal distintiva de quien ha descubierto ese camino nuevo que le conduce al fin: el cariño disuelto en la verdad de las propuestas. Esa es la gran contribución del cristianismo al mundo, a partir de las revelaciones de la Ultima Cena, detalladamente descritas en las consideraciones de Juan en las últimas páginas de su Evangelio. 

El amor es el distintivo de cualquier manifestación cristiana. Y es constitutivo del verdadero diálogo, lejos del insulto, reproche o un denostar al "otro" por sus posturas. El ascende superius es invitar a contemplar juntos la luz de la verdad, que por serlo, lleva disuelta en sí el componente de una invitación amorosa a la excelencia: experiencia relacional.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Cuando se acerca la muerte, y se piensa en el Purgatorio

La noche de las Perseidas, y san Lorenzo de Azoz

A veces se nos olvida que lo santos vivieron ---y viven--- en la tierra