Vale la pena esperar, pues el "amor" acecha

La moral: un árbol que da moras. Bien: lo que me gusta. Bien común: lo de todos sin dueño. Poder: hacer lo que  me da la gana, y los demás, lo que yo quiero. Cultura: seguir la moda. Conocimiento: el resultado de conectarse a las redes sociales. Verdad: lo aceptado por la mayoría. Amor: darme gusto aunque a los demás no guste. 

¿Por qué ---nos podíamos preguntar--- estas ideas de aspectos fundamentales del hombre, van calando en el ánimo de tantos sujetos de nuestro tiempo? También, ¿cuáles son las implicaciones de esta manera de pensar para nuestra vida diaria?  ¿Hasta qué punto se puede hablar todavía de certezas frente a la miríada de opiniones y dudas vertidas sobre aspectos fundamentales del hombre? ¿Podemos hacer del hombre lo que nos parezca o se puede indagar sin juicios de valor lo que es y su fin? 

El juego de la política es la consecución del poder. Muchos aprenden y copian esta aspiración. Luego el bien común se queda en paños menores. ¿Pero acaso no es compatible el poder con el bien común. En principio, sí. Ocurre, sin embargo, un quiebre a esta opción ética cuando se ve peligrar la posición de poderío. No debería ser así, pero así ocurre.

Al repasar las definiciones dadas a los conceptos clave del primer párrafo, vemos cómo la cultura y la ética no podrían embonar jamás. Por ejemplo, la "moda" es mientras se lleva, y la "ética" es para siempre. La "verdad" se supedita a una mayoría, y se llama "conocimiento" a cualquier ocurrencia guardada en el ático del alma. Y el "amor", sede de la convivencia del hombre con sus semejantes, se arruga en la soledad. 

¿Cómo puede ser así? Contrario a la intuición primera, cada vez más, un importante segmento de la población depende únicamente de las redes sociales para sus contactos con el mundo, y, por tanto, se achica, en un tiempo de intercambios astronómicos de información, el acceso a una pluralidad de puntos de vista donde quepa también la "verdad". De ahí surge la facilidad para quedar al margen de la "verdad", del "bien" y de la "belleza" que conforman el "ser", admitidos y queridos por todos los pensadores durante centurias. Y el valor del "ser" se deprecia en una marejada de "opiniones", siempre cambiantes, donde las relaciones no pueden durar debido a lo pasajero de las apariencias.

La pornografía reinante no deja ver la "belleza" porque el ser se presenta como cubismo, desgarrador y desgarrado,  el "bien" se entiende como posesión egoísta incapacitado para el "amor". 

Pero, ahí está siempre el ser, rondándonos, a la espera, para que nosotros nunca  perdamos la esperanza de alcanzar el fin. El amor acecha detrás de cada decisión de la libertad.







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