Tener fe como un "grano de mostaza" vs fe humana







Acaba de celebrarse la reunión periódica del G20. Los temas económicos se abren a veces  a otros temas ---como es el caso de este año---, al manido "cambio climático". Todo concluye con una fotografía oficial, pero, con frecuencia, el "documento" final de la reunión adolece de de firmeza, redactado al son de muchas trompetas. En la foto, lo de siempre: caras más o menos risueñas, donde los lugares ocupados por los mandatarios, distribuidos en dos o tres hileras, se suelen asignar de antemano. Sin embargo,  las notas elaboradas por los periodistas, fuera de las declaraciones oficiales, se esmeran  en buscar algún pelo en la sopa y destacar una cierta falta de armonía, si no entre todos los países, por lo menos entre algunos de los asistentes más conspicuos, con el respaldo y la complicidad de las imágenes. Este año la nota se la ha llevado Ivanna Trump, tratando de meter su cuchara en platos ajenos donde nadie la había invitado a probar.


Por tanto, la forma de relación en esos breves encuentros suele ir desde el rostro hierático (véase el de los chinos, Xi) hasta las posturas de dominio (Trump) o indiferencia hacia los demás (Merkel o Erdogan), pasando por la ausencia  con excusas por "motivos de trabajo" (López Obrador). No faltan tampoco las poses risueñas de algunos de los países iberoamericanos, aunque los acuerdos de estas y otras cumbres rayan en lo accidental y efímero.

El fundamento de estas reuniones  reside en la fe humana: una "declaración" final, la "autoridad" relativa de los asistentes y los asuntos siempre "opinables" tratados en la cumbre. Ha habido muchas cumbres, muchas declaraciones incumplidas y muchos líderes sin prestigio, a diferencia de los grandes  negociadores del Congreso de Viena (1815), cuyos acuerdos lograron mantener la paz más duradera  ---aunque relativa--- en Europa durante casi un siglo, hasta la I Guerra Mundial. Quizá desde entonces arranca la idea de creer en el logro de la  paz mediante negociaciones expertos en vez de recurrir a la guerra, pero hoy, sin duda, adolecemos de aquellos  diplomáticos de excelencia capaces de negociar sin confrontaciones bélicas. Pero, además, se requiere de fe

De aquí la conveniencia de reparar en el grano de mostaza. Diminuta semilla entre las semillas. Una fe del tamaño de uno sólo de esos granos  es suficiente para  mover montañas y remover cualquier obstáculo. 

¿Cómo puede ser eso? El hombre no puede controlar siquiera la caída de uno de sus cabellos, ni su estatura. ¿Cómo podría entonces mover los montes? O, en situaciones adversas, nunca queridas por nadie, ¿podría el hombre cambiar su suerte? ¿O deberíamos concluir con los clásicos con un alea jacta est (frase atribuida a Julio César al momento de pasar el Rubicón), "la suerte está echada"? Nada podemos hacer.

Dios no habla en vano. Y Jesús advierte de las cuentas a dar por proferir una palabra en vano. Por supuesto, la fe en nada se relaciona con las semillas de ningún tipo. La fe es un don divino, y sabemos que para Dios "no hay imposibles". Entonces, los actos de fe religiosa, fundados en la autoridad absoluta de Dios, son perfectos. Los demás,  los actos basados en la fe humana, son todos contingentes; es decir, su cumplimiento depende de circunstancias ajenas a las posibilidades de la persona, bien por falta de visión, o por alguna incapacidad. El juicio provisional viene a sustituir al juicio evidente imposible de verificar en ese momento. Se posee una visión del futuro en el presente capaz de generar esperanza en lo poseído. 

En un verdadero acto de fe lo que está en juego es el creer. Si creemos en Dios como es, o si  creemos  en un Dios hecho a nuestra medida. He aquí el nudo gordiano de la cuestión. Vemos incluso cómo Jesús se enfada con los apóstoles cuando le despiertan temerosos porque la barca se hundía en medio de la tormenta. 

Claro,  siempre es molesto ser despertado cuando por fin, debido al cansancio acumulado, se ha logrado conciliar el sueño, aunque sea brevemente. Pero el enfado no vino por eso: se trataba de su falta de fe. Si Dios está con ellos, ¿por qué temer al oleaje del Mar de Galilea?  En ese miedo se escondía una falta de fe, un no creerse que ese hombre, Jesús, era Dios, y al estar junto a ellos, nada podía pasarles.

Entonces, en las tormentas de la vida, nos pasa algo similar: creemos, pero... Si nos sabemos continuamente en la presencia de Dios, nuestra fe humana  debería contar a la hora de elaborar un silogismo sólo para hacer acopio de aquello necesario que está en nuestras manos conseguirlo. Lo demás, se "espera". En eso consiste el abandono: se hace todo lo humanamente posible, pero en el horizonte humano está siempre la figura de Jesús cuidando de todo lo inalcanzable para nosotros.

Así, la mostaza, ese pequeño grano, mínimo, consiste en creer absolutamente basándose en la autoridad divina que no puede engañarse ni engaña y todo lo puede.

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