Desengaño de los políticos y de la cartilla moral





Sócrates (469-399)





Queda claro: el hombre no puede ver todas las cosas, y aun cuando alguna vez se acerca a alguna de ellas,  no acaba de  ver lo verdaderamente esencial. Me acerqué al corazón de un hombre tenido por justo, y me llevé un gran desengaño ---ha dejado escrito por ahí algún autor.

Este desengaño ha proliferado especialmente en el ambiente de la política. Es difícil buscar una sola razón de ello, pero sí podemos apuntar una: ese querer estar continuamente en el candelero, siempre diciendo algo, a la mañana, a la tarde a la noche, a través de esas herramientas de comunicación social, las redes, acaba desbaratando al más sabio.

Es difícil imaginar a Sócrates, por ejemplo, haciendo declaraciones a diestra y siniestra, por los caminos de Grecia. Al contrario, en los  Diálogos Sócrates aparece siempre estimulando, invitando a cultivar la reflexión, y no dejarse llevar por el "afán de novedades", una tendencia adquirida en los años de declive de la civilización griega, criticada por el mismo san Pablo.

A los políticos Sócrates les recomienda en su diálogo con  Calicles, político y retórico, mejorar la ciudad y a los ciudadanos en el mayor grado posible. Y la pregunta a responder entonces, sería si con su  intervención política si los ciudadanos se han hecho "más justos de lo que antes eran", si quien los gobernaba era "buen político". Este buen hombre y filósofo  ya  sabía en el siglo V antes de Cristo que todo lo demás funcionaría bien si el hombre era bueno y obraba con rectitud. 

La decepción actual de la gente consiste en comprobar cómo el "mal" cunde entre la ciudadanía sin consecuencia alguna para la mayoría de quienes lo cometen, sean políticos o ciudadanos. Pero tampoco se puede caer el la "ingenuidad", nacida del alto valor moral de Sócrates, de pensar que quien conoce el bien va a hacerlo. Por eso no es suficiente repartir entre la ciudadanía una "cartilla moral" y esperar de ellos un cambio de conducta de acuerdo con los principios. La ética por sí misma no asegura el éxito: se requiere ese hacer bien cada tramo de la tarea, en conjunción con las tareas bien hechas por los demás.

En el caso del hombre, viendo  su valor, a la hora de crear una empresa se pondría entre los fines inmediatos su "mejoramiento", a sabiendas de que este crecimiento del hombre  redundaría en todo su quehacer, el de la empresa y en la calidad del fin propuesto.  Al "crecer" el hombre a su máxima capacidad, tendríamos las mejores empresas del mundo porque sus creadores y sus empleados tendrían la capacidad de entregar lo mejor de sus  vidas para contribuir al bien común por medio de la empresa.

Pero esto no se consigue solamente cuando se "conoce" el bien. Se debe practicar, es decir, aprender a hacerlo mediante el ejercicio de la virtud

Lo importante es el hombre,  y su naturaleza mejora solamente con la práctica continua de las virtudes. Pero no basta sólo con la buena práctica de unos cuantos. Ese  fin perseguido y querido por todos lo es   por ser  un bien, y se logra mediante el trabajo bien hecho, cada quien el suyo.  Así el bien se hace  común y al ser querido por todos, porque es "común", se logra el fin último.

Centrar la actividad de la empresa sólo en "producir" es dar al traste con ese diamante encerrado en las personas reunidas en torno a un proyecto. Y la de un "buen político" no estriba en hacer esto o aquello, sino en procurar que se haga bien esto y aquello.

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