Ser uno, unidad: aspiración para el hombre; espiración para Dios





Dios espira, y de su aliento surge la vida. Así se narra: "Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente" (Gen 2, 7). Es el "soplo vital". Pasar del barro, de la materia, a ser humano. Eso es verdaderamente un salto, no cuantitativo sino"cualitativo.

El "polvo", si se quieren seguir derroteros evolucionistas, es la materia prima del compuesto del hombre. Puede haberse formado del polvo de las estrellas o el de las tierras secas, cubiertas en el principio por las aguas. Pero se necesita de ese "aliento" divino donde lo importante no es el tiempo y sus acepciones, ni tampoco el espacio habitado por el ser humano, el primero de toda la creación.

Lo esencial aquí es informar al cuerpo y unificar las partes del cuerpo. Ese hálito viene a ser el alma del hombre, la forma sustancial del cuerpo humano, y le da su ser, formando con él  un único ser al que  anima.

Somos imagen de Dios, se nos ha dicho siempre. La manera de proceder divina se extiende al hombre, guardando las distancias, haciéndonos casi como él. ¡Eso es ser Dios!

Nosotros no podemos dar ese salto... solos, si queremos regresar a él para siempre. Pero si podemos enseñar a los demás este camino a la felicidad. Es la aspiración del hombre, de todo hombre. Se consigue con el espirar divino: el mismo que no dio el ser nos quiere dar la felicidad.

En fin, es sólo la "llamada a la santidad" a todo hombre que viene a este mundo. Es cuestión de responder a esa llamada.


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