"Quiero hacer lo que me da la gana", no es algo nuevo




En los albores de este siglo XXI hay un cierto olor a podrido. Éste emana de los estercoleros de la mentira, sitos ya a solo unos pasos de la verdad.

¿Cómo estas dos realidades pueden estar tan juntas? ¿Acaso no hay una línea clara limítrofe entrambas? ¿Y cuando se toma una postura no se descarta completamente su contradictoria?

Veamos. Un día como hoy, hace miles de años, el paseo por el jardín al atardecer era la recompensa añadida al día, lleno de sorpresas inefables. Cada cosa era irrepetible y al ponerle su nombre se reflejaba su esencia en él. Pero había de hecho un árbol en el jardín especialmente atractivo por sus frutos, "apetecible a la vista y excelente para lograr sabiduría".

A ese árbol no le pusieron nombre, pues ya tenía uno, especialmente significativo: se trataba del "árbol de la ciencia del bien y del mal", plantado "en medio del jardín". Es decir, para llegar hasta él, se debía pasar por delante de multitud de árboles frutales y según su parecer recibían el nombre. Pero estaba prohibido comer de él.

Y hete aquí que, la mujer del jardín comió del árbol prohibido, a instancias de la "serpiente" tentadora. --¿Acaso no podéis comer lo que les dé la gana de entre tantos frutos? --"Sí, podemos. Pero no del situado "en medio del jardín", "so pena de muerte". --Al contrario, "seréis como dioses".

Ese es un poco el trasunto de la vida actual, un cliché repetido hasta la saciedad. "No moriréis". "Seréis como dioses": Por fin, libres . Ya no hay diferencia entre bien y mal. 

Y vemos cómo las formas de pensar más absurdas, irracionales, se instalan en las mentes dotadas de razón. Y las conductas más aberrantes, contra natura, se enseñan desde la niñez por quienes deberían encargarse de su educación. Se inculca una idea de libertad con fundamento en un "hacer lo que quiero", "lo que me da la gana".  Cambiar de sexo consiste sólo en administrarse un cierto nivel de testosterona, o reducirlo hasta sus mínimos. La naturaleza es algo flexible, mutante. Y uno tiene "derecho a decidir", sobre casi todo, empezando por el propio cuerpo.

Al asimilar ideas, el gozar al máximo de cada situación se convierte en un fin, como un "fruto apetecible". El castigo y los "deberes" (las tareas) se deben suprimir pues provocan un sufrimiento innecesario. Las relaciones sexuales son para disfrutarse, y el "aborto" para seguirlas disfrutando sin ocuparse de las consecuencias impertinentes. No faltan guías para lograr estos menesteres titulados com "filósofos transgénero feministas", opuestos a lo llamado por ellos "poderes edípicos y fascistas". Casi nada.

Pero la libertad clama por sus fueros: pide elegir el bien, al convencerse de lo natural de la felicidad a resultas de ese ir obrando de acuerdo al diseño de la naturaleza creada.













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