Apagar la luz del rostro de Dios es como querer tapar el sol con un dedo










Cuando en el mundo actual, también en los ecos de otros tiempos, se escuchan lamentos por el estado de cosas, casi siempre esas quejas van unidas con la descristianización de la sociedad, concebida como un proceso de apartamiento de las cosas de Dios, tanto en lo referente al conocimiento como en las prácticas. Sin omitir, claro está, un ataque continuo, ya no tan soterrado, a los puntos centrales de la fe, de manera especial a la moralidad católica como algo trasnochado listo para ser cambiado desde su raíz.


La solución no es sencilla, pero tampoco algo irresoluble. Si no perdemos de vista el principio de todas las cosas, el amor de Dios, porque Dios es amor, nuestra incapacidad actual de no querer reside en habernos apartado del amor, del único amor. A partir de ahí, viene la corrupción del hombre porque se ha perdido su sabor, ha dejado de ser sal.

Sin embargo, no todo ha tenido este fin miserable. Por ejemplo cuando en España se dice, no sin cierto contento, de su pérdida de fe, de su ateísmo práctico en un 27% de la población, se puede, sin tocar nada de estos datos, darle la vuelta y afirmar de la fe de ese 70% de los españoles. Asimismo, cuando se comenta de la falta de fe de la juventud de entre 18 y 24 años, y se vitupera a ese ir creciendo en la fe conforme avanza la edad de los encuestados debido a las reliquias de los tiempos dl franquismo, se les puede contestar diciendo que nunca las juventudes fueron paladines de la fe, sino, al ir creciendo y encarar las realidades duras de la vida, es decir, a partir de los 30 años, las personas comienzan a regresar a la fe de sus mayores. Es decir, los mismos datos se pueden interpretar afirmando que la fe aumenta con la edad, hasta alcanzar las cotas altísimas de 89% en aquella cohorte de los mayores de 65 años.

Este razonamiento último, por supuesto, tiene sus fallas, pero resulta más atractivo porque encierra una semilla de esperanza, carente en absoluto en los juicios contrarios, llenos como están de desesperanza. 

No amigos, no se puede apagar tan fácilmente "la luz del rostro de Dios", pese a quien le pese. Esto es una especie de "cambio climático", catalizador de todos los males presentes y porvenir. Si extrapolamos datos de la historia, veremos representaciones del río Tamesis, en Londres, lleno de patinadores en sus aguas heladas del siglo XIV,  un hecho inaudito hasta nuestros días, por la contigüidad de sus aguas al mar, templado en esas latitudes. Asimismo, la decisión de Tomás de Aquino de cruzar los Alpes en medio del invierno para atender al Concilio de Lyon, en Francia, si bien le sorprendió la muerte en el último cuarto del siglo XIII, parecería una gesta impensable a lomos de un mulo si esos inviernos no hubieran sido realmente benignos.

En fin, no queremos quitar los residuos de verdad en muchos de los datos presentados a diario por los media, pero desde luego, se nos han ocultado o acallado muchas verdades en nombre de datos de escasa fiabilidad. 

La fe no se va a apagar aunque haya vestigios magnificados de defecciones. Y la Iglesia católica "prevalecerá" hasta el final de los tiempos.




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