¿Derecho a la información? No es un absoluto: tiene límites

Casi todo es mentira, al menos así lo propalan algunos en privado y en público. Todo se afirma sin evidencia  alguna  o se desmiente pruebas de ninguna clase.

Es cierto, el mal se ha instalado en las entrañas del mundo y del hombre. Pero quedan personas honestas en quien confiar, dispuestas a defender la verdad con su vida, si necesario fuera.

Los media, que llegan a todas partes de una u otra manera, han desatado la fiebre de la mentira.  Ellos mismos, entre sí, se atacan y vilipendian. Nunca se había visto nada igual. La mayor parte de los media solían tener un sitial respetable en la sociedad. Solían, pero hace tiempo.

Casi de repente se han venido abajo. El bien común figuraba entre los fines más conspicuos de los medios informativos. Sabían discernir entre el bien y el mal. Ni siquiera la verdad era por sí misma un "bien absoluto". No era suficiente tener una noticia debidamente verificada, para difundirla.

Cuando una noticia, por supuesto, verdadera, llegaba a las reuniones de los directores de las diferentes secciones de un periódico, por ejemplo, quien hacía de cabeza en la reunión, solía preguntar si habían sido testigos de la información presentada o si las fuentes eran confiables, basadas en la experiencia de  aportaciones pasadas aportaciones o si la noticia era verificable de alguna manera.

Si el medio de comunicación tenía "categoría" todavía se preguntaba si esa información, en caso de ser verdadera, lesionaba los derechos de la persona, si se la difamaba o se atentaba contra su vida privada o su reputación. Es decir, como ocurre con cualquier acción humana, la caridad  debe acompañarla siempre. Es un imperativo.

Pero eso era ayer. Todavía la caridad rondaba por las mesas de redacción. Hoy, se organizan incluso programas de televisión con mujeres y hombres dedicados a despellejar al personaje en turno, con sin su presencia, y,  como si fueran arpías, no dejan a títere con cabeza.

El espectáculo resulta grotesco. Ni siquiera César, en sus campañas por las Galias, usaba su pluma para desgastar a los demás, aunque, como buen relacionista público, se valía de sus crónicas para ensalzar sus propias gestas.

Por tanto, no hay nada que sustente el hoy tan manido "derecho a la información".  No es un absoluto, y debe acompañarse siempre de la inseparable verdad y caridad. ¿Por qué zaherir o vilipendiar a nadie, especialmente si se falta la verdad?






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