Hasta los niños chinos saben decir Trump


Este niño acabaría siendo devorado por el ave rapaz ante la parsimonia del fotógrafo, que se valió de la foto para ganar le Premio Pulitzer, si bien meses después se suicidaba.





Hasta los niños chinos saben decir Trump.

Llevamos meses de escuchar, de leer este nombre en cada una de las noticias, artículos de fondo, impresos o televisados, donde aparece estampado este nombre, con razón, diría, o sin ella. Incluso, las altas jerarquías eclesiásticas no dejan de mencionar este nombre del presidente electo de Estados Unidos, bien para aplaudirle o denostarlo. Sin olvidarnos de las redes sociales, que prometen ser el vehículo preferido por este político para conectarse en directo con el público.

Evaluar si esta realidad es o no un éxito va a depender del auge o declive del relativismo en el mundo. Todos los viejos héroes de la pantalla relacionados con el viejo Oeste, se reducían a un hombre que, en solitario, era capaz de acabar con la injusticia reinante en ese poblado donde los
"buenos" de la película, habían sido subyugados por los "malos".

Un hombre solo contra la sociedad. La articulación de las bondades individuales no funcionaba a la altura de las necesidades. Ese era el fallo. No se trata de descontinuar la educación en las virtudes, presa valiosísima en la tradición de la cultura occidental. Pero debemos prestar atención a esa falta de articulación de esas virtudes, por cuya ausencia se tornan en ineficaces en la sociedad.

Este devenir en la altura de miras de una sociedad, más allá de los  individuos que la componen, ha permitido el advenimiento de triunfos, todavía inexplicables para muchos, de personajes como el señor Donald Trump.

El bien de estas sociedades no está bien trabado por el individualismo creciente en nuestras culturas. Hemos vuelto a la cultura del viejo Oeste. El viejo dicho, "la unión hace la fuerza" (emblemático en la bandera de la República Dominicana), instrumental, por ejemplo,  en la II Guerra Mundial y en tantas otras amenazas a los pueblos y a las culturas, ha perdido su encanto. Así, vemos cómo la "unión" de Europa se resquebraja, en el Oriente Medio se desgastan en guerras y amenazas sin fin, la Unión Africana exhibe en su nombre el deseo de pasar del tribalismo a  nación soberana, y las repúblicas socialistas de antaño sueñan con la "fuerza" delante del mundo para sobresalir y atemorizar, junto a China y Corea del Norte.

La cohesión de la ciudadanía  necesaria para acometer altas y dignas empresas se ha ido esfumando de entre las expectativas que solían adornar las aspiraciones del hombre. Afloran, sin embargo, los esfuerzos organizados para acabar con la vida desde su concepción, y para pervertir las tendencias naturales de la niñez y de la juventud por medio de falsos programas educativos y el comercio sexual encaminados a destruir la integridad del hombre.

Este holocausto de  vidas, de costumbres, y de  valores de hombres, mujeres y niños ocurre y se deja pasar de largo sin decir palabra alguna en su defensa.  Los millones de vidas segadas en todo el mundo "civilizado" son nada comparados con los sacrificios humanos de la II Gran Guerra y los perpetrados hoy por el terrorismo en tantas partes de nuestro planeta.

No sabemos ahora el alcance de las políticas del señor Trump. Pero todos los que hasta ahora han guardado silencio y comercian con la muerte no esperaban este resultado. Están nerviosos. Los países que no pueden dar una vida y un empleo digno a sus ciudadanos en sus lugares de origen, levantan la voz ante la posibilidad de nuevas políticas que frenen el flujo interminable de sufrimiento exportado por su incapacidad de encarar en casa la situación desastrosa de tantas y tantas personas.

La situación también de los niños chinos, que conocen el nombre de Trump, deplorable por el control férreo a la vida impuesto por el gobierno chino, ante el silencio de todos los representantes en la ONU de prácticamente de la mayoría de los países gel globo, podría cambiar para bien si se empiezan a recorrer los caminos de este país con libertad, en busca de paz y de bien.

Escucho, al escribir estas líneas, la voz ciega de Andrea Bocelli en un concierto navideño para aliviar en parte con los fondos recogidos las desgracias de este nuestro tiempo que este artista no puede ver. Con su ceguera y su voz puede sentir y alegrar la vida de quienes no tienen tampoco voz para airear sus carencias en mundo indiferente, hostil a veces.

Habrá que esperar cómo resuena la voz del señor Trump en este contexto.














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